En el decimoctavo año de reinado de Sapor II, rey de Persia, se inició una cruel persecución contra los cristianos en Oriente. Por órdenes reales, monasterios y templos fueron arrasados o quemados; mientras que cualquier cristiano que profesara su fe en público estaba bajo amenaza.
Sucedió que un grupo de cristianos fue capturado y condenado a muerte. Entonces, mientras permanecían en las mazmorras esperando el momento final, dos valientes monjes provenientes de Beth-Iasa se acercaron al lugar para darles agua y comida. Luego, cuando los prisioneros fueron conducidos al lugar donde serían torturados, los monjes los siguieron, y los alentaron con oraciones y arengas mientras sufrían los castigos. Ese día ninguno de los condenados a muerte abdicó de su fe. Aquellos monjes eran los hermanos Jonás y Baraquicio.
Solo hay un ‘Rey de reyes’Cuando todo hubo concluido, un grupo de soldados persas se abalanzó contra los hermanos y los hicieron prisioneros. Entonces, el encargado de presidir la masacre los instó a que adoraran al sol, la luna, la tierra y al agua. Les pidió, además, que rindieran pleitesía al ‘rey de reyes’, refiriéndose a Sapor, a lo que los monjes respondieron con una negativa, porque para ellos el único rey de reyes era Cristo quien, a diferencia de Sapor, no morirá jamás.
Esto fue motivo de escándalo entre los jueces persas, quienes llamaban a Sapor ‘inmortal’. En represalia, Baraquicio fue arrojado a un estrecho calabozo, mientras que Jonás era azotado y luego arrojado a un estanque de agua helada. Ambos pasaron la noche en esas condiciones, para después ser sometidos a un juego cruel, bastante común entre los sayones (verdugos). Como los hermanos habían sido separados, los sayones empezaron a “jugar” cruelmente con ellos. A Baraquicio le dijeron que Jonás había renegado de Cristo con el propósito de que se rindiera. El monje no hizo caso a tales mentiras y se reafirmó en su fe. Acto seguido, por haber reaccionado así, los jueces determinaron que sea apaleado con varas de ganado, igual que su hermano Jonás.
Persia, tierra de mártires
Finalmente, Jonás terminó aplastado por una prensa para la vid, y a Baraquicio le vertieron pez caliente y plomo por la boca. Un hombre llamado Abdisotas rescató ambos cuerpos pagando quinientos daries (la moneda persa de ese entonces) a la soldadesca. Luego, les dio a los hermanos cristiana sepultura.
La impresionante historia de Jonás y Baraquicio, así como la de los otros mártires de Persia, aconteció en tiempos en los que en Occidente ya estaba vigente el Edicto de Milán, y las persecuciones se habían detenido. En Oriente, sin embargo, la situación era muy distinta.