San Macario de Alejandría

19 de Enero
. (c.310 - c.408).
(de Alejandría "el Joven").
Dichoso. Difunto.


Martirologio Romano:
Conmemoración de san Macario, conocido como "Alejandrino", sacerdote y abad en el monte Scete en Egipto.
De él nos informa ampliamente, sobre todo, Paladio, en su "Historia Lausíaca", que es la más antigua y fidedigna historia del primer desarrollo del monacato.

Nació en Alejandría. Se cree que hasta los 40 años fue mercader de frutas y confitería. Se hizo monje en Tebaida (Alto Egipto) hacia el 335. Mantuvo una vida muy ascética con su cuerpo "le estoy atormentando porque él me atormenta mucho a mí".

La vida de Macario e Joven y de sus discípulos, conforme a la relación de Paladio, era de una austeridad extraordinaria. Cada anacoreta tenía su celda separada, donde vivía en la más absoluta soledad durante la emana; pero los sábados y domingos se reunían para los oficios divinos. Ocupábanse en la oración; observaban en trabajos manuales, como tejer esteras o cosas semejantes, que les ayudaran a fomentar la contemplación y unión con Dios.

En general, era admirable la alegría, buen espíritu y aun la buena salud corporal, de que disfrutaban aquellos solitarios, a pesar de que su comida se reducía a lo más frugal e indispensable para mantener la vida. Sanos de cuerpo y de alma, aquellos anacoretas, bien orientados por sus excelente maestros, vivían sólo para Dios, a quien se habían consagrado por completo.

A esta vida de retiro absoluto del mundo, de oración y consagración a Dios, uníase la más estricta continencia, que constituyó desde un principio una parte sustancial del ascetismo cristiano, a lo cial se añadió una inmensa variedad de austeridades y penitencias, que a las veces rayaban en lo inverosímil. En todo ello fue Macario a la cabeza; pero, según Paladio, sobresalía de un modo especial por sus austeridades, realizadas siempre con el más elevado espíritu de amor e imitación de Jesucristo en su pasión y con el ansia de reparación por e mundo, encenagado en toda clase de pecados.

Satanás le tentó para que abandonara el desierto y se dedicase a cuidar enfermos en un hospital, pero supo que aquello era una tentación y la venció obedeciendo la voz de la inspiración. La leyenda dice que permaneció seis meses desnudo en el desierto para castigarse por haber matado un mosquito que le había picado en el pie. Le picaron tantos insectos, que su cuerpo se hinchó tanto que sólo fue conocido por la voz.

A todos los demás superaba Macario en la austeridad de vida, que llegó a hacerse proverbial entre los monjes del desierto. Siete años seguidos se alimentó únicamente de plantas y algunos granos, y durante los tres días siguientes se imitaba a cuatro o cinco onzas de pan diarias y un poco de agua. Impulsado por la misma ansia de mortificación, ejercitábase en largas vigilias, y para que no o rindiera el sueño, se mantenía fuera de su cabaña, quemado por el sol durante el día y transido de frío por la noche. Dios le había dado un cuerpo especialmente apto para soportar las más duras maceraciones y sacrificios, por lo cual, motivado siempre del ansia de agradar a Dios, trataba de imitar cualquier ejercicio espiritual que veía u oía de otros solitarios.

Es famosa la anécdota del cesto de uvas que había recibido como regalo, y pensó que era mejor que se las comiese un monje más viejo, y se las envió, éste pensó lo mismo, y así, todos los monjes que la recibían pensaban igual y actuaban igual, hasta que el cesto llegó intacto otra vez a manos de Macario (esta anécdota se cuenta también de santos Palemón y Pacomio). Fue ordenado presbítero y por algún tiempo vivió en el monasterio de Tabenna donde visitó a san Pacomio, pero fue tanta la penitencia que hacía que los monjes pidieron al abad que le ordenara mitigarlas.

De la misma suavidad de su trato y de la alegría espiritual irradiaba en torno suyo, es buen testimonio el hecho siguiente, referido por los historiadores, que, aunque tal vez pertenezca al mundo de las leyendas, es indudable el mejor símbolo del atractivo humano de la virtud de Macario. En efecto, atravesando el Nilo en cierta ocasión junto con el otro san Macario (el Viejo), cruzáronse con un grupo de ofíciales del ejercito, los cuales vivamente impresionados por el porte alegre y la felicidad que respiraban ambos anacoretas, decían los unos a los otros: "Es curioso como estos hombres son tan felices en medio de su pobreza".

Oyendo esta expresión Macario de Alejandría cuéntase que repuso: "Tienes razón, al calificarnos de hombres felices, pues en verdad así lo atestigua nuestro nombre (Macario, palabra griega, significa feliz). Pues si somos felices porque despreciamos el mundo, ¿no es justo que os consideréis vosotros como miserables por ser sus servidores?" El mismo relato añade que estas palabras unidas al ejemplo de los dos solitarios, produjeron tal efecto en el jefe de aquel grupo, que volvió a su casa, distribuyó todo lo que poseía entre los pobres y se hizo ermitaño.

Para que el ejemplo de su vida fuera más humano y más completo, Dios permitió que fuera víctima de persecuciones y aun calumnias. Estas llegaron a tal extremo, que por algún tiempo se vio forzado a abandonar su celda y fue desterrado a Nitria, por la fe católica, por obra de Lucio, patriarca arriano de Alejandría. Más aún. Dios permitió igualmente fuera su alma probada con la mayor obscuridad espiritual.

Efectivamente, movido de su ansia de contemplación, refiere Paladio que se encerró dentro de su celda con el propósito de permanecer en ella cinco días seguidos. Los dos primeros días se sintió inundado de dulzura celestial: pero al tercero se sintió acometido de tal turbación y guerra del enemigo, que se vio obligado a volver a su vida normal. Por esto observaba él a sus discípulos qué Dios se retira en ciertas ocasiones, para que los hombres experimenten su propia debilidad y reconozcan que la vida es una lucha. No es, pues, de maravillar que con una vida tan santa recibiera de Dios la gracia especial de hacer milagros Tal vez algunos de los que se le atribuyen entren en el campo de la leyenda.

Murió contando unos cien años de edad. Algunos le han atribuido una regla para los monjes. Tal vez se puede relacionar con esta regla lo que san Jerónimo copia en su carta a san Rústico. Por otra parte, el bien conocido "Codex Regularum", de san Benito de Aniano presenta una regla con el nombre de los dos Macarios, san Serapión, san Pafnucio "el Grande", etc. En el desierto de Nitria se mantuvo, durante varias centurias, un monasterio que lleva el título de San Macario. Su culto se introdujo en Oriente ya en la antigüedad.