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La bondad y cercanía de Juan XXIII se reflejaban en multitud de anécdotas y bromas que ha dejado para la posteridad
Por: R. Breeze | Fuente: www.teinteresa.es
"Cuando volváis a vuestros hogares, vuestros niños estarán durmiendo: acariciadles sin despertarles y explicadles después que era la caricia del papa", la frase más recordada del Papa XXIII recaló un 11 de octubre de 1962 en los corazones de todo el mundo y le valió el nombre de 'Papa bueno'. Lo improvisó en un discurso que pasó a la historia, el famoso y poético 'Discurso de la luna'.
Conocido por su buen carácter, las anécdotas de su vida se suceden. Una vez, cuando tuvo que posar para una fotografía oficial, el papa se encontraba incómodo. Un momento dado le dijo a uno de sus acompañantes "Dios sabía hace 77 años que algún día yo sería papa. ¡Ya podría haberme hecho algo más fotogénico!".
Su incomodidad ante la perspectiva de ser retratado se reflejó en otra ocasión, en 1959, se encargó un retrato suyo. Estar sentado y quieto con la misma expresión no era una de las virtudes del papa, que al final del primer día de posado exclamó "¡Ahora entiendo qué sentían los santos cuando les quemaban en la hoguera!".
Su sentido del humor eran de sobra conocidos y, a diferencia de sus antecesores, le gustaba ser cercano y bromear con la gente a la que conocía. Hijo de campesinos, a menudo bromeaba con sus orígenes. Solía decir "hay tres maneras de perder el dinero en la vida: mujeres, apuestas y la agricultura. Mi padre eligió la más aburrida de las tres".
La naturalidad del Papa Juan XXIII se enmarcaba en su trato con todo el mundo. Muy similar al papa actual, solía acercarse a la gente y, en una ocasión, se acercó de improviso a una de las carpinterías del Vaticano. Al ver a los trabajadores en su dura labor, mandó pedir vino y les propuso un brindis.
En una ocasión le dijo a uno de los trabajadores "Veo que perteneces al mismo partido que yo", a lo que el carpintero, sorprendido, le contestó "Pero Padre, no pertenezco a ningún partido". "Sí", le contestó el Papa, "te haces miembro automáticamente: es el partido del hombre gordo".
Las salidas del Papa propiciaron algunas críticas, lo cual hizo que comentara"Dicen que salgo demasiado de día. Muy bien, pues entonces saldré más de noche". Y preguntado una vez por cuánta gente trabajaba en el Vaticano, no dudó en decir "sólo la mitad".
Durante su época como nuncio, Roncalli dijo una vez: "Sabéis, es difícil ser un nuncio papal. Me invitan a todas las fiestas diplomáticas donde la gente está de pie, con un plato de canapés intentanto no parecer aburridos. Entonces, entra una mujer voluptuosa con un escote y todo el mundo se da la vuelta. Y me miran a mí".
La espontaneidad del pontífice se reflejaba también en sus decisiones. En enero de 1959, declaró su intención de celebrar el Segundo Concilio del Vaticano a un grupo de cardenales. Estos, sorprendidos ante el poco tiempo que tendrían para celebrarlo, le dijeron "¡No podemos celebrar un concilio ecuménico en 1963!". "Vale, entonces lo celebraremos en 1962", respondió el pontífice. Y, en efecto, se celebró en 1962.
Una de las características del papa fue su cercanía con el hombre común. Un hombre que no se acostumbraba a su posición. Según cuentan, durante sus primeros días como papa, solía despertarse durante la noche con un problema en mente. Entonces, se decía a si mismo "Lo hablaré con el papa", pensando que seguía siendo cardenal. Hasta que se daba cuenta: "¡Pero si soy yo el Papa! Muy bien, entonces lo hablaré con Dios".
Una sencillez que se reflejó en otra ocasión, cuando un niño le dijo que de mayor quería ser o policía o Papa. Juan XXIII le dijo "Si yo fuera tú, me metería a policía. Pueden nombrar Papa a cualquiera, ¡mirame a mí!".
El que fue su mayordomo, Guido Gusso, también recordaba alguna anécdota, especialmente una vez que lo absolvió de una excomunión:
“Yo estaba en el Cónclave asistiendo al Papa Roncalli, lo acababan de elegir, pero decidieron alargar el Cónclave para comunicarlo al mundo al día siguiente. Después de la cena me mandó ir a recoger unas cartas a su apartamento. Tenía que atravesar parte del Vaticano, pero me encontré con unos gendarmes que me bloquearon la entrada”. Necesitaba el permiso del Cardenal Tisserant -entonces Decano del Colegio Cardenalicio-. Me dirigí al Cardenal Tisserant, era un hombre francés con mucha personalidad, y me respondió enfadadísimo: "¡Usted sale del Cónclave y queda excomulgado!".
El mayordomo volvió al Cónclave y se lo contó todo al Papa Juan, que respondió: "¡Pues entonces sal y le dices al Cardenal Tisserant que si él te excomulga, luego el Papa te quita la excomunión!".
Su bondad, otra de sus características, la llevó siempre consigo, hasta su mismo lecho de muerte. Sus últimas palabras fueron: "Tuve la gran gracia de nacer en una familia cristiana, modesta y pobre, pero con el temor de Jehová. Mi tiempo en la tierra está llegando a su fin. Pero Cristo vive y continúa su trabajo en la Iglesia. Almas, almas, ut omnes unum sint ".
Entonces, Van Lierde, el sacristán papal le ungió sus ojos, los oídos, la boca, las manos y los pies. Abrumado por la emoción, Van Lierde olvidó el orden correcto de la unción, pero Juan XXIII le ayudó suavemente antes de despedirse de los allí presentes.