Imágenes de Beata Laura Vicuña
«La imponente historia de esta niña que pactó con Dios para rescatar a su madre de las flaquezas en las que se hallaba inmersa, ofreciendo su vida por ella, revela la grandeza y el poder de un amor que supera lo imaginable»
Por Isabel Orellana Vilches
MADRID, 21 de enero de 2015 (Zenit.org) - Ordinariamente las madres no se limitan a traer al mundo a sus hijos. A partir del instante en el que conocen que están encinta, establecen un vínculo indisoluble con ellos enlazando para siempre un destino imantado por un amor ciertamente inconmensurable. El gozo y la aflicción forman parte de una maternidad permanentemente dispuesta a dar la vida por el fruto de sus entrañas mil veces antes de verlo perecer. Pero, en ocasiones, este sentimiento es patrimonio también de los hijos, una experiencia que marcó la vida de Laura. Ella, alimentando la presencia de Dios con un estado de oración continua, se apresuró a ofrecerse a sí misma en holocausto por el ser que más estimaba en el mundo: su madre.
Nació en Santiago de Chile el 5 de abril de 1891. Prácticamente no llegó a conocer a su padre, influyente político y militar chileno, ya que éste falleció en Temuco, un destierro impuesto por la situación política, cuando ella no tenía edad ni de recordar sus facciones. Mercedes, de ascendencia humilde, viuda y con sus dos pequeñas, Laura y Julia, trató de rehacer su vida lejos de allí después de haber sobrevivido malamente como costurera y regentar una paquetería que fue desvencijada por desaprensivos ladrones. Al lugar elegido, Argentina, tardaron en llegar nada menos que ocho meses. Tuvo la desgracia de encontrarse con Manuel Mora, un gaucho de rudos modales, impositivo y colérico, que, como quiera que fuese, quizá pensando que podría dar a sus hijas un futuro mejor, lo convirtió en su compañero. Y, de hecho, en enero de 1900 pudo ingresar a las niñas en el colegio de las salesianas de Junín de los Andes lugar no excesivamente distante de Chapelcó, Quilquihué, donde Manuel tenía la hacienda de su propiedad.
Fue en el colegio donde Laura supo que la relación ilícita de su madre no era sana espiritualmente hablando, hecho que asestó un duro golpe a su inocente corazón. Era una niña madura que se había caracterizado por una inclinación natural a la virtud dentro de una pausada naturalidad y, por tanto, exenta de afectación. De modo que la profunda aflicción que mostró no podía calificarse como el fruto de algún desequilibrio emocional o algo parecido, aunque el sentimiento que le provocaba la noticia fue perceptible por sus formadoras que tomaron medidas pertinentes para suavizar la situación.
La sombra de la condenación de quien le había dado la vida era una losa de inmensas proporciones para Laura que no halló más salida que ofrecerse a Dios en sacrificio. Lo consultó con su confesor, el padre Crestanello, salesiano avezado en la formación espiritual, quien le advirtió: «Mira que eso es muy serio. Dios puede aceptarte tu propuesta y te puede llegar la muerte muy pronto». Ella no se arredró. Coincidiendo con la recepción de su primera comunión el mismo año de 1901, en diciembre se integró con las Hijas de María y se consagró a la Virgen. Manuel, que había marcado como una res a su anterior compañera, en el estío de 1902, durante las vacaciones escolares, quiso verter su lascivia en Laura que tenía 11 años. Ebrio y fuera de control se deshizo de Mercedes para dar rienda a sus bajos instintos con su hija, pero no contó con la bravura de la pequeña que pudo zafarse de él.
La angustia por la asfixiante situación en la que vivía su madre instaba a Laura a redoblar sus mortificaciones y penitencias con la esperanza de lograr su conversión y consiguiente abandono del lugar y del iracundo compañero. El día de su primera comunión había suplicado ardientemente: «¡Oh, Dios mío, concédeme una vida de amor, de mortificación y de sacrificio!». La vía hacia su libación definitiva se abrió con una tisis que se le declaró de improviso en 1903. Otro de sus sufrimientos añadidos fue saber que la situación ilícita de su madre era un veto para que ella pudiera abrazar la vida religiosa.
Con pasos gigantes la enfermedad se fue apoderando de su organismo y el dolor se tornó insoportable. «Señor: que yo sufra todo lo que a Ti te parezca bien, pero que mi madre se convierta y se salve». Aún intentó su madre que se recuperase fuera del colegio, pero no hubo remedio. En ese intervalo Manuel Mora volvió a cebarse en la beata porque fue testigo de una fuerte discusión entre su madre y él, y la niña medió para que Mercedes no claudicara y se sometiera a las consignas del hacendado. Éste maltrató a Laura con brutalidad y, aunque unos testigos impidieron que terminara con su vida, la dejó herida de muerte ya que no pudo volver a ponerse en pie.
A punto de abandonar este mundo, Mercedes supo por su propia hija que se había ofrecido a Dios para que mudase su conducta radicalmente: «Muero, porque yo misma se lo pedí a Jesús… Hace casi dos años que le ofrecí la vida por ti, para obtener la gracia de tu conversión a Dios. ¡Oh, mamá! ¿Antes de morir, no tendré el gozo de verte arrepentida?». Y arrancó de la madre lo que tanto había suplicado en un instante de altísima emoción para ésta, al ver que fenecía lo que más amaba en el mundo. «¡Oh, mi querida Laura, te juro en este momento que haré cuanto me pides… Estoy arrepentida, Dios es testigo de mi promesa!». Rubricada su determinación ante el sacerdote, como Laura le pidió, ésta ya podía partir en paz. Y musitando: «Gracias Jesús, gracias María», murió el 22 de enero de 1904. Juan Pablo II la beatificó el 3 de septiembre de 1988.
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Como era de esperar, el caso no quedó ahí. Bajo la seria intención de hacer justicia a la verdadera imagen de esta niña ejemplar, la municipalidad de Lautaro, a través del alcalde Renato Hauri, y el pintor realista de origen lautarino, Carlos Raposo, pusieron manos a la obra para entregar al Vaticano una nueva pintura.
A LAS MANOS DE BERTONI
Con la guía del mayor estudioso de Laura Vicuña en Chile, el padre Pedro de la Noi, el artista tomó lienzo, pinceles y óleos y realizó el retrato. Hasta ahí todo iba bien. Pero de pronto todo fue mejor aún. Al punto que la obra ya se fue al Vaticano. Y es que el 13 de abril, en una de las primeras actividades del secretario de Estado Vaticano, el cardenal Tarcisio Bertone, la esposa del artista, Leticia Méndez, con la ayuda del padre De la Noi, pudo entregar personalmente este obsequio para que se reconozca en Roma a la verdadera Laura Vicuña.
Esta no es la primer obra pictórica de Raposo que se va al Vaticano. En 1987, cuando el papa Juan Pablo II visitó Chile, el artista pintó un cuadro en el que aparece el pontífice y detrás de él destacan las banderas de Chile y Argentina entrelazadas. Este trabajo hoy figura en el Museo de Vaticano. LA BEATA Es importante precisar que si bien la beata nació en Santiago (5 de abril de 1891) y falleció en Junín de Los Andes Argentina (22 de enero de 1904), pasó ocho años o, mejor dicho, tres cuartos de su vida en la comuna de Lautaro, por ello el compromiso de la comunidad regional en esta singular campaña.
Laura del Carmen Vicuña Pino o Laura Vicuña es para la Iglesia Católica la patrona de las víctimas de abusos, víctimas de incestos, huérfanos, mártires de Chile y de Argentina, y su día de memoria es precisamente el 22 de enero, día en que falleció.
Laura Vicuña fue una jovencita que se encontró con Jesús cuando era alumna de las Hijas de María Auxiliadora. Ella siendo niña comprometió su vida hasta ofrecerla totalmente por el bien de su mama, a quien amaba mucho. Copy and WIN : http://bit.ly/copy_win
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