El Ecuador a los pies de Cristo Rey por Gabriel García Moreno




En sus últimos años, García Moreno fue revelando todas las dimensiones de un gran estadista, también lúcido e intrépido, convencido de que lo más trascendente de su gestión consistía en llevar a cabo la restauración católica, luego de haber abatido la revolución laicista. Lo demás se seguiría casi con naturalidad.

 «Quien busca ante todo el reino de Dios –decía–, obtiene el resto por añadidura Se había propuesto entronizar a Cristo en su Patria. Y de algún modo lo logró, según lo reconocía un pensador colombiano de su tiempo: «La República del Ecuador es hoy el único Estado social y políticamente católico». No un Estado clerical, por cierto, ya que si bien García Moreno pedía consejo a los buenos sacerdotes, quien mandaba en el orden temporal era él.

Ya hemos visto cómo, cuando lo consideró necesario, supo imponerse al Nuncio, al Arzobispo y a otros prelados. Su sueño era implantar en el Ecuador el reino de Cristo. No se trataba de levantar grandes iglesias, sino de elaborar una legislación católica que vivificase el entero entramado social, atendiendo a todos los estamentos, desde los nobles hasta los indios más humildes y abandonados.

 La suntuosidad de los templos podría ser el colofón de su obra, pero lo esencial era el señorío de Cristo sobre las inteligencias y voluntades de los miembros de su pueblo y de la sociedad en general.

García Moreno rendía un culto especial al Corazón de Cristo, vieja y sólida devoción, muy de los jesuitas, que había arraigado profundamente en el Ecuador, y él había aprendido especialmente en los Ejercicios ignacianos, que solía reiterar todos los años.

La devoción al Sagrado Corazón llenaba los templos los primeros viernes de mes, y más socialmente se expresaba en entronizaciones, sobre todo en el ámbito familiar.
Desde que asumió la presidencia recordó que entre las peticiones del Corazón de Cristo a sus escogidos estaba la consagración de las naciones como tales. En doscientos años ninguna nación lo había hecho. Él se propuso llevarla a cabo oficialmente en su propia patria.

Como le gustaba hacer las cosas bien, quiso que esa consagración fuese un acto verdaderamente nacional, refrendado por los organismos parlamentarios, los mandos militares, las jerarquías eclesiásticas y los sectores culturales del Estado.

La idea de consagrar públicamente el Ecuador al Sagrado Corazón le había sido sugerida por el P. Manuel Proaño, director nacional del Apostolado de la Oración.
He aquí la respuesta de García Moreno, donde muestra algunas vacilaciones, productos de su nobleza y sinceridad.
«Reverendo y querido P. Manuel. No puede concebirse idea más plausible ni más conforme con los sentimientos que me animan de promover en todo sentido la prosperidad y ventura del país cuyo Gobierno me ha confiado la Divina Providencia, dándole por base la más alta perfección moral y religiosa a que nos llama la profesión práctica del Catolicismo.
 Reconozco la fe del pueblo ecuatoriano, y esa fe me impone el deber sagrado de conservar intacto su depósito, aunque sea a costa de mi vida. No temo a los hombres, porque está más alto Dios... Y si fue, en algún tiempo, deber indeclinable de todo hijo sincero de la Iglesia confirmar la fe del corazón con las más explícitas y reiteradas y solemnes profesiones de los labios, esto es sin duda en la época actual, cuando, aun entre los pueblos creyentes, la enfermedad endémica del siglo es la debilidad de carácter. 
Pero digo: ¿y será el Ecuador una ofrenda digna del Corazón del HombreDios?... «Este Corazón es santo, inmaculado; ¿y hemos logrado ya moralizar bastantemente a los pueblos? ¿Hemos santificado el hogar doméstico? ¿Reina la justicia en el Foro, la paz en las familias, la concordia entre los ciudadanos, el fervor en los templos?
El Corazón de Jesús es el trono de la Sabiduría. ¿Y el pueblo ecuatoriano acepta todas sus enseñanzas, es dócil y sumiso a su divino magisterio, recibe y acoge con amor sus inspiraciones, rechaza prácticamente todos los errores del siglo, y se sobrepone a toda la perversión actual de las ideas?... 
«Temo que este país no sea todavía ofrenda digna del Corazón de Jesucristo. Pidamos en fervientes plegarias al Señor que nos envíe misioneros santos, apóstoles infatigables. Vengan a lo menos cincuenta sacerdotes celosos y caritativos que recorran todo el territorio, visiten nuestros pueblos, sin dejar un rincón; y enseñen y prediquen el Evangelio, y conviertan, si es posible, a todos los pecadores; y entonces podremos consagrar con manos puras, al Dios de la pureza, un pueblo purificado con la sangre divina». 

Nos impresiona la autenticidad de su espíritu sin doblez. Consagrar la Patria al Corazón de Jesús parecía fácil, ya que eso estaba en sus manos, por ser el jefe de Estado, pero que el pueblo ecuatoriano, en todos los estamentos, hiciese suya dicha consagración, era algo que excedía el ámbito de sus posibilidades.

Sólo podían lograrlo los sacerdotes, y éstos eran pocos. Recurrió entonces al superior general de los redentoristas, pidiéndole por lo menos cincuenta misioneros fervorosos. Se ve que había decidido cumplir su propósito con cierta celeridad, aunque sin omitir lo necesario. Algunos amigos le sugirieron que no se metiese en esta nueva aventura, que ya demasiado excitadas estaban las logias del país y del extranjero.

Por otro lado, agregaban, era un gesto que resultaba exótico; ningún gobierno europeo había hecho algo semejante. El consejo le resultó indignante y sólo logró que apresurase la ejecución del designio.
Precisamente por esos días se estaba celebrando en Quito un sínodo eclesiástico. García Moreno aprovechó la ocasión para hacer una consulta formal a la Iglesia. Todos le manifestaron su conformidad. Luego se dirigió a las Cámaras, con el deseo de que el Estado se uniese a la Iglesia en este acto solemne. También los diputados estuvieron de acuerdo.

 Entonces firmó el decreto, donde se disponía: «Las solemnidades correspondientes a la Consagración se harán en todas las iglesias catedrales y parroquias en la próxima cuaresma».

Pío IX, al conocer su propósito, le escribió expresándole su aquiescencia. Un grupo de quiteños, quiso mostrar su adhesión a la iniciativa del Gobierno proponiendo la erección de un gran templo nacional al Sagrado Corazón, rey de Ecuador. La obra fue aprobada, pero García Moreno no la vería terminada, ya que se inauguró diez años después de su muerte.

Llegó la fecha señalada, el 23 de marzo de 1873. Ya los misioneros escogidos habían recorrido pueblo tras pueblo, disponiendo el espíritu de los ecuatorianos de todo el país. García Moreno preparó personalmente el acontecimiento, codo a codo con su amigo, el P. Proaño.

En todos los edificios oficiales se izó la bandera nacional, para saludar al rey de la Patria. La catedral, ricamente engalanada, fue el ámbito donde se encontraron el Arzobispo y su clero, los miembros del Gobierno, los jueces, jefes y oficiales, alcaldes y autoridades de los pueblos. A la cabeza de todos sus funcionarios, García Moreno, con uniforme de 47 comandante de las fuerzas armadas y su banda de jefe de Estado. El Arzobispo se acercó al cuadro del Sagrado Corazón, pintado para la solemnidad por un artista quiteño.

 García Moreno le había pedido al pintor que lo representase de medio cuerpo, con la corona sobre su sien, que «la mano derecha de Cristo empuñe el cetro real y la mano izquierda sostenga el globo del mundo, en que aparezca notoriamente la nación ecuatoriana».

Leyó el Arzobispo la consagración, y el pueblo la fue repitiendo, frase por frase. Al acabar, se adelantó García Moreno, y en nombre de la Patria y de todos los estamentos del Ecuador, la reiteró con voz firme.

He aquí el texto íntegro, redactado por el P. Proaño:
«Este es, Señor, vuestro pueblo. Siempre, Jesús mío, os reconocerá por su Dios. No volverá sus ojos a otra estrella que a esa de amor y de misericordia que brilla en medio de vuestro pecho, santuario de la Divinidad, arca de vuestro Corazón.

Mirad, Dios nuestro: gentes y naciones poderosas traspasan con muy agudos dardos el dulcísimo seno de vuestra misericordia. Nuestros enemigos insultan nuestra Fe, y se burlan de nuestra esperanza, porque las hemos puesto en Vos. Y, sin embargo, este vuestro Pueblo, su Jefe, sus Legisladores, sus Pontífices, consuelan a vuestro Vicario, enjugan las lágrimas de la Iglesia; y confundiendo la impiedad y apostasía del mundo, corren a perderse en el océano de amor y caridad que les descubre vuestro suavísimo Corazón.

«Sea, pues, Dios nuestro, sea vuestro Corazón el faro luminoso de nuestra Fe, el áncora segura de nuestra esperanza, el emblema de nuestras banderas, el escudo impenetrable de nuestra flaqueza, la aurora de una paz imperturbable, el vínculo estrecho de una concordia santa, la nube que fecunde nuestros campos, el sol que alumbre nuestros horizontes, la vena en fin riquísima de la prosperidad y abundancia que necesitamos para levantar templos y altares donde brille, con eternos y pacíficos resplandores, su santa y magnífica gloria.

«Y pues nos consagramos y entregamos sin reservas a vuestro divino Corazón, multiplicad sin fin los años de nuestra paz religiosa; desterrad de los confines de la Patria la impiedad y corrupción, la calamidad y la miseria. Dicte nuestras leyes vuestra Fe; gobierne nuestros tribunales vuestra justicia; sostengan y dirijan a nuestros jefes vuestra clemencia y fortaleza; perfeccione a nuestros sacerdotes vuestra sabiduría, santidad y celo; convierta a todos los hijos del Ecuador vuestra gracia, y corónelos en la eternidad vuestra gloria: para que todos los pueblos y naciones de la tierra contemplando, con santa envidia, la verdadera dicha y ventura del nuestro, se acojan a su vez a vuestro amante Corazón, y duerman el sueño tranquilo de la paz que ofrece al mundo esa Fuente pura y Símbolo perfecto de amor y caridad. Amén».

Tras la bendición del Arzobispo, sonaron los clarines en la plaza y el tronar de la artillería, junto con los repiques de todas las iglesias del Ecuador. En los cerros colindantes, las águilas planeaban...

Era el primer Estado de la historia que se había consagrado al Corazón de Cristo y le había prestado público homenaje como a Rey de la nación. García Moreno se adelantaba, también aquí, a Pío XI y a su encíclica Quas primas.