San Vicente Ferrer

5 de Abril

San Vicente Ferrer fue un predicador incansable del Evangelio que se afanó por convertir y renovar a las personas y a las instituciones para llegar a una sociedad más cristiana. Nos enseñó que la fe cristiana es siempre misionera. El carácter misionero de la fe, que encarna perfectamente Vicente Ferrer, no pierde nunca actualidad. Supone un desafío que también llega a nosotros.

San Vicente Ferrer reúne en su persona alguno de los rasgos del perfil del evangelizador solicitados por el Papa Francisco en Evangelium Gaudium. Fue modelo en su tiempo de una predicación centrada en el evangelio de la misericordia de Jesucristo; predicación mediadora de un encuentro salvador con Dios, verificable en la sinceridad de la conversión de sus oyentes. Vicente Ferrer es paradigma de predicador cercano a la gente, que emplea todos los medios y recursos a su alcance para que el mensaje cale con amabilidad y claridad entre sus oyentes. Era capaz de hacerse entender por gentes de procedencias muy diversas. Actualizaba la experiencia de la iglesia de Pentecostés. Se ponía al nivel de su auditorio, al nivel de la gente sencilla, Justamente por ello, el mensaje llegaba. A causa de esta habilidad entre la gente del pueblo, san Vicente también es un referente de la predicación y la piedad popular.
San Vicente Ferrer fue ejemplo de testimonio coherente. Fue un predicador comprometido del Evangelio, un testigo de la fe, que con su vida acreditaba lo que decía. ¡Y de qué modo! En esto, también es un referente para nuestro tiempo.

NACIMIENTO E INFANCIA
Vicente Ferrer nació en Valencia el 23 de enero de 1350. Su padre fue el notario Guillermo Ferrer y su madre fue Constancia Miguel. El matrimonio tuvo cinco hijas y tres hijos. Los padres de Vicente eran, en palabras de uno de los biógrafos del santo, “de ejemplar virtud y muy limosneros”.

Antes de nacer Vicente, estando su madre embarazada, el padre tuvo un sueño premonitorio. Soñó que estaba sentado en la iglesia oyendo predicar a un dominico de fama. De pronto, el dominico interrumpió su predicación, se le dirigió y le felicitó diciéndole que su hijo sería un religioso dominico de tal renombre y santidad que todos los pueblos de España y Francia le darían un culto semejante al de los primeros apóstoles. Por si eso fuera poco, durante su embarazo la madre afirmaba que, de vez en cuando, oía en su vientre como ladridos de perro. Consultó lo que le pasaba al Obispo de Valencia, Hugo Fenollet, que le dijo que sería madre de un generoso cachorro que daría ladridos contra los enemigos de la fe, al igual que Santo Domingo de Guzmán.

Como tanto los padres como el Obispo habían comentado en público estos vaticinios, existía en Valencia gran expectación en relación con el nacimiento del niño. Tan pronto se tuvo noticias del feliz nacimiento, el Consejo de la ciudad se reunió en sesión extraordinaria y decidió que el hijo de Guillermo y Constancia fuese apadrinado en su bautizo por los Jurados, que eran los que gobernaban la ciudad. Se trató, sin duda, de un hecho notable.

A la hora del bautizo se dirigieron a la casa de Guillermo Ferrer los Jurados, que luego llevaron al niño en procesión a la parroquia. Según cuentan los biógrafos del santo, a la hora de elegir el nombre, surgió una disputa entre los Jurados, pues todos querían que llevase el suyo. El párroco resolvió el asunto diciendo que se llamaría Vicente, como el patrón de la ciudad, san Vicente Mártir.

Ya de niño Vicente se juntaba con sus amigos y, como refiere uno de sus biógrafos, les decía: ¨Oídme, niños, y juzgad si soy buen predicador”. Y haciendo la señal de la cruz se ponía a imitar las palabras, gestos, posturas y tonos de voz de los predicadores que oía en Valencia.

Sin duda, fue un niño bondadoso, inteligente y piadoso. A los 9 años en el barrio se le conocía como “el niño santo“. De esos años data la documentada curación del niño de cinco años, Antonio Garrigues, amigo de Vicente, y enfermo de unas úlceras en el cuello. Vicente tocó las úlceras de Antonio y éste quedó curado. Se conserva la escritura en la que, años después, un hijo de Antonio Garrigues relata lo sucedido.

Vicente fue completando con gran provecho sus estudios y, desde el principio, tuvo clara su vocación religiosa. El joven quería ser dominico.

AÑOS DE ESTUDIO COMO JOVEN DOMINICO
El 2 de febrero de 1367, a los 17 años, Vicente se presentó en el convento de los dominicos en Valencia solicitando ser admitido. Tres días después inició su noviciado.

Sus superiores lo enviaron a estudiar primero a Lérida y luego a Barcelona. Para formar a un dominico eran necesarios muchos años de estudios. Estudió dos años Lógica en Barcelona. Y enseñó en Lérida otros dos años la misma materia. Luego volvió a Barcelona para estudiar cuatro cursos de Teología. Después, en Touluose, hizo un curso especial de Teología, que le abrió a la corrientes teológicas del momento. A los veintiocho años recibió, con calificación “Summa cum Laude”, el doctorado en Teología y se dedicó a la enseñanza de la ciencia sagrada durante ocho años en las universidades de Valencia, Barcelona y Lérida.

Un domingo de marzo del año 1374 Vicente Ferrer se puso a predicar en la plaza del Born de Barcelona, que estaba atravesando unas semanas de hambruna porque los barcos portadores de comida no llegaban al puerto. En medio de su predicación, Vicente les dijo: “Alegraos hermanos, que antes de la noche llegarán a esta playa dos navíos de trigo, con lo que quedaréis socorridos”. Se armó un buen alboroto, hasta el punto que los superiores de la orden le advirtieron de que se abstuviera de semejantes anuncios. Pero una hora antes del anochecer el centinela de Monjuich divisó dos naves cargadas de trigo que poco después arribaron a la ciudad, poniendo fin al episodio de hambre. Al conocerse la noticia se extendió su fama de profeta por toda Barcelona. Vicente tuvo que volver a Valencia para huir de las masas que lo aclamaban.

PRIOR DEL CONVENTO DE LOS DOMINICOS DE VALENCIA Y PARTIDARIO DEL PAPA DE AVIÑÓN.
El año 1378, Vicente Ferrer regresa a Valencia, donde su fama era enorme. Cuando el pueblo supo que estaba en las cercanías salió a recibirle con gran alegría y aplausos.

Aunque ya profesaba como religioso dominico, Vicente Ferrer era sólo diácono y no se había ordenado sacerdote, pues no se consideraba digno de ello. Tras repetidas instancias de los superiores, finalmente se ordenó sacerdote el año 1379, a los 29 años.

Ese mismo año, 1379, Vicente fue Prior del convento de los dominicos de Valencia. Era entonces una de las personas más influyentes en la ciudad y en todo el Reino de Aragón.

El año 1378 la Iglesia católica se vio inmersa en el llamado Cisma de Occidente. El año 1378 murió el Papa Gregorio XI, que había regresado a Roma, tras unos años en los que el Papado había tenido su sede en Aviñón. Se celebró el Cónclave en Roma. En un ambiente de violencia y presiones, los cardenales que asistieron eligieron el 8 de abril de 1378 Papa a Urbano VI. Uno de los cardenales presentes fue el español Pedro de Luna. Al poco tiempo, los cardenales salieron de Roma y, en diversas reuniones, comenzaron a sostener que la elección había sido inválida y fruto de la violencia. El 20 de septiembre de 1378 estos cardenales celebraron un nuevo cónclave y eligieron Papa a Clemente VII, que pasó a residir en Aviñón, por lo que fue conocido como el “Papa de Aviñón“. Existían pues, dos Papas. Los Reinos de Europa se dividieron: unos apoyaron a Urbano VI y otros a Clemente VII. El cardenal español Pedro de Luna fue uno de los que apoyó más decididamente al segundo. El Reino de Castilla reconoció a Clemente VII en 1381. El Reino de Aragón se mostró primero neutral, pero también acabó reconociendo a Clemente VII, el Papa de Aviñón, el año 1387.

El año 1379 Vicente Ferrer realizó diversas gestiones, junto con el cardenal Pedro de Luna, para que las autoridades valencianas y del Reino de Aragón reconocieran como Papa a Clemento VII, el Papa de Aviñón. En este sentido, se conserva una carta de los Jurados de Valencia al rey Pedro IV de Aragón de 19 de diciembre de 1379 en la que le solicitan instrucciones al Rey ante la petición que había efectuado Vicente Ferrer a los Jurados, trayendo de Barcelona una carta del cardenal Pedro de Luna, de reunirse con ellos para explicarles la elección como Papa de Clemente VII. Los Juraos informan que Vicente Ferrer, “en reuniones particulares, ha hablado en favor de la última elección (la del Papa de Aviñón) y que para este propósito se proponía recorrer algunas partes del reino”. Las gestiones fracasaron por el expreso deseo del rey de Aragón Pedro IV de mantenerse neutral. Viendo Vicente la resistencia de los Jurados y el mandato del Rey a favor de la neutralidad, regresó a Barcelona y comunicó al cardenal Pedro de Luna la situación.

Seguramente fue a raíz de lo acontecido por lo que el año 1380 Vicente Ferrer dejó de ser prior del convento dominico de Valencia. Sin embargo, y pese a ello, siguió gozando de la mayor de las estimas tanto de las autoridades de Valencia como de la familia real aragonesa. Así, por ejemplo, el año 1381 los Jurados de Valencia le encargaron la predicación de la Cuaresma. Del mismo modo, y en ese año, Vicente Ferrer también fue requerido por los Infantes de Aragón, que se hallaban en Segorbe, para que predicara durante la Semana Santa.

Durante los años de 1380 a 1387 Vicente Ferrer fue requerido por un gran número de personas para tareas de la mayor confianza. Era designado como mediador y consejero en las materias más delicadas.

El 5 de enero de 1387 murió el rey de Aragón Pedro IV. Su sucesor, Juan I, reconoció de inmediato la obediencia al Papa Clemente VII (el Papa de Aviñón). Tras ello, el Cardenal Pedro de Luna inició un recorrido por varias poblaciones para difundir la nueva situación. Es así como llegó a Valencia con intención de llevarse a su servicio a Vicente Ferrer, a quien ya conocía de las gestiones realizadas el año 1379.

AL SERVICIO DEL CARDENAL PEDRO DE LUNA, QUE ES ELEGIDO PAPA (BENEDICTO XIII)
Vicente Ferrer pasó a prestar servicios al Cardenal de Aragón Pedro de Luna, que lo nombró su confesor y limosnero. Lo acompañó en sus viajes por los distintos Reinos hispanos.

El año 1394 murió el Papa de Aviñón Clemente VII. Se celebra un nuevo cónclave, que el 28 de septiembre elige Papa al cardenal de Aragón Pedro de Luna, que se convierte en el Papa Benedicto XIII, que será también conocido por la historia como “el Papa Luna“. Sigue el Cisma. Tanto el Reino de Castilla como el de Aragón se mantuvieron en la obediencia a Benedicto XIII.

Benedicto XIII, sabiendo lo útil que le iba a ser tener cerca a Vicente Ferrer, le mandó llamar a Aviñón, donde acudió en 1395, siendo recibido con todo género de demostraciones de respeto y admiración. El Papa lo nombró Penitenciario Apostólico, Maestro del Sacro Colegio, Capellán doméstico y Confesor. Vicente Ferrer era, pues, persona de la mayor confianza del nuevo Papa de Aviñón.

Benedicto XIII quiso nombrar a Vicente Ferrer Obispo de Lérida y luego Obispo de Valencia, pero él rechazó estos nombramientos. Mas adelante, el Papa lo llamó a la gran sala de audiencias, donde estaban reunidos todos los Cardenales. Sobre una gran mesa se extendía el sombrero rojo distintivo de la dignidad de Cardenal. Vicente Ferrer entró y aguardó a que apareciera el nuevo elegido. Entonces el Papa se le acercó, lo tomó de la mano y lo presentó al resto como el nuevo Cardenal elegido. Pero también en este caso Vicente Ferrer rechazó el nombramiento.

LA VISIÓN MÍSTICA Y SU NUEVA MISIÓN COMO PREDICADOR
El año 1397 Vicente Ferrer, estando en Aviñón, enfermó gravemente y estuvo a las puertas de la muerte. Entonces, el 3 de octubre de 1398, tuvo una visión, en la que se le aparecía Jesucristo acompañado de San Francisco y Santo Domingo de Guzmán, quienes le encargaban la misión de evangelizar el mundo antes de la llegada del Anticristo para la conversión y enmienda de los hombres. Fue el mismo Vicente Ferrer el que contó su experiencia al entonces todavía Papa Benedicto XIII en una carta enviada en 1413. Según la carta, a raíz de esta visión, se consideró uno de los “tres predicadores que sucesivamente se habían de enviar a los hombres antes del Juicio”. San Vicente Ferrer fue considerado por sus contemporáneos el ángel del apocalipsis o predicador del final de los tiempos.

La situación en la que se encontraba Aviñón en el momento en el que Vicente Ferrer tuvo su visión era especialmente dramática. Francia había decidido dejar de apoyar a Benedicto XIII y la ciudad estaba sitiada por las tropas francesas.

Tras su visión, Vicente recuperó inmediatamente la salud. Y, según el mensaje recibido, poco después, en cuanto obtuvo la autorización del Papa, se fue por el mundo a predicar cómo la hora del juicio había llegado.

Fue el 22 de noviembre de 1399, día de Santa Cecilia, cuando Vicente inició su predicación apostólica, que no abandonaría hasta su muerte. Durante 20 años se dedicó incansablemente a predicar por todas partes. Recorre España, Alemania, Francia, Bélgica, Holanda, Italia e Inglaterra, predicando en plazas, caminos y campos. Fueron unos años de gran provecho. En palabras de José Sanchís y Sivera, uno de sus biógrafos, “como un verdadero embajador divino, Vicente Ferrer tuvo negocios con casi todos los soberanos de su tiempo, con casi todos los pueblos de la obediencia de Aviñón, con muchos de la de Roma; su influencia en todos los negocios en que intervino era decisiva, sus predicaciones producían frutos superabundantes, y sus virtudes y milagros, como Santo, llenaban de admiración a las muchedumbres que le seguían y oían con religioso entusiasmo“. Si antes de aquella fecha ya había predicado con frecuencia, a partir de ese momento, y por espacio de vente años, entregó su vida a ese ministerio.

Las multitudes se apiñaban para escucharle, donde quiera que él llegaba. Tenía que predicar en campos abiertos porque las gentes no cabían en los templos. Su voz sonora, poderosa y llena de agradables matices y modulaciones y su pronunciación sumamente cuidadosa, permitían oírle y entenderle a bastante distancia.

Sus sermones duraban casi siempre más de dos horas (un sermón suyo de las Siete Palabras en un Viernes Santo duró seis horas), pero los oyentes no se cansaban ni se aburrían porque sabía hablar con tal emoción y de temas tan propios que a cada uno le parecía que el sermón había sido compuesto para él mismo en persona.

Antes de predicar rezaba durante cinco o más horas para pedir a Dios la eficacia de la palabra, y conseguir que sus oyentes se transformaran al oírle. Dormía en el suelo, ayunaba frecuentemente y se trasladaba a pie de una ciudad a otra (los últimos años se enfermó de una pierna y se trasladaba cabalgando en un burrito).

En aquel tiempo había predicadores que lo que buscaban era agradar a los oídos y componían sermones rimbombantes que no convertían a nadie. En cambio, a San Vicente lo que le interesaba no era lucirse sino convertir a los pecadores. Y su predicación conmovía hasta a los más fríos e indiferentes. Su poderosa voz llegaba hasta lo más profundo del alma. En pleno sermón se oían gritos de pecadores pidiendo perdón a Dios, y a cada rato caían personas desmayadas de tanta emoción. Gentes que siempre se habían odiado, hacían las paces y se abrazaban. Pecadores endurecidos en sus vicios pedían confesores. El santo tenía que llevar consigo una gran cantidad de sacerdotes para que confesaran a los penitentes arrepentidos. Hasta 15,000 personas se reunían en los campos abiertos, para oírle.

Después de sus predicaciones lo seguían dos grandes procesiones: una de hombres convertidos, rezando y llorando, alrededor de una imagen de Cristo Crucificado; y otra de mujeres alabando a Dios, alrededor de una imagen de la Santísima Virgen. Estos dos grupos lo acompañaban hasta el próximo pueblo a donde el santo iba a predicar, y allí le ayudaban a organizar aquella misión y con su buen ejemplo conmovían a los demás.

Como la gente se lanzaba hacia él para tocarlo y quitarle pedacitos de su hábito para llevarlos como reliquias, tenía que pasar por entre las multitudes, rodeado de un grupo de hombres encerrándolo y protegiéndolo entre maderos y tablas. El santo pasaba saludando a todos con su sonrisa franca y su mirada penetrante que llegaba hasta el alma.

Las gentes se quedaban admiradas al ver que después de sus predicaciones se disminuían enormemente las borracheras y la costumbre de hablar de cosas malas, y las mujeres dejaban ciertas modas escandalosas o adornos que demostraban demasiada vanidad. Y hay un dato curioso: siendo tan fuerte su modo de predicar y atacando tan duramente al pecado y al vicio, sin embargo las muchedumbres le escuchaban con gusto porque notaban el gran provecho que obtenían al oírle sus sermones.

Vicente fustigaba sin miedo las malas costumbres, que son la causa de tantos males. Invitaba incesantemente a recibir los santos sacramentos de la confesión y de la comunión. Hablaba de la sublimidad de la Santa Misa. Insistía en la grave obligación de cumplir el mandamiento de Santificar las fiestas. Insistía en la gravedad del pecado, en la proximidad de la muerte, en la severidad del Juicio de Dios, y del cielo y del infierno que nos esperan. Y lo hacía con tanta emoción que frecuentemente tenía que suspender por varios minutos su sermón porque el griterío del pueblo pidiendo perdón a Dios, era inmenso.

Pero el tema en que más insistía este santo predicador era el Juicio de Dios que espera a todo pecador. La gente lo llamaba “El ángel del Apocalipsis“, porque continuamente recordaba a las gentes lo que el libro del Apocalipsis enseña acerca del Juicio Final que nos espera a todos. El repetía sin cansarse aquel aviso de Jesús: “He aquí que vengo, y traigo conmigo mi salario. Y le daré a cada uno según hayan sido sus obras” (Apocalipsis 22,12). Hasta los más empecatados y alejados de la religión se conmovían al oírle anunciar el Juicio Final, donde “Los que han hecho el bien, irán a la gloria eterna y los que se decidieron a hacer el mal, irán a la eterna condenación” (San Juan 5, 29).

Los milagros acompañaron a San Vicente en toda su predicación. Y uno de ellos era el hacerse entender en otros idiomas, siendo que él solamente hablaba el español, el valenciano y el latín. Y sucedía frecuentemente que las gentes de otros países le entendían perfectamente como si les estuviera hablando en su propio idioma. Era como la repetición del milagro que sucedió en Jerusalén el día de Pentecostés. Según cuenta uno de sus biógrafos: “el natural de Grecia creía que había predicado en griego, el de Francia en francés, el moro en arábigo, y así los demás; pero el Santo siempre predicaba en su idioma valenciano, y con éste hizo maravillosos frutos en toda España, Francia, Italia, Delfinado, Saboya, Inglaterra, Irlanda y Escocia”.

El rector de la Universidad de París, tras oírlo, escribió el año 1405 lo siguiente: “Su palabra es tan viva y tan penetrante, que inflama, como una tea encendida, los corazones más fríos. Pare hacerse comprender mejor se sirve de metáforas numerosas y admirables, que ponen las cosas a la vista. ¡Oh si todos lo que ejercer el oficio de predicador, a imitación de este santo hombre, siguieran la institución apostólica dada por Cristo a sus Apóstoles y a sus sucesores! Pero, fuera de éste, no he encontrado uno solo”.

SU INTERVENCIÓN EN EL COMPROMISO DE CASPE
El año 1412 Vicente Ferrer tuvo una intervención decisiva en la designación de Fernando de Antequera como Rey de la Corona de Aragón. Al morir en 1410 sin hijos el rey Martín, la Corona formada por los reinos de Aragón, Valencia y Cataluña quedó sin sucesor, lo que dio lugar a que hubiera varios pretendientes al trono. Para solucionar la disputa se designaron 9 jueces, tres por cada reino, que debían reunirse en Caspe para dilucidar la disputa y nombrar sucesor. Uno de estos jueces, designado en representación del reino de Valencia era Vicente Ferrer. El 24 de junio de 1412 en Caspe los nueve jueces iban a proceder a la votación. Dado el prestigio que tenía Vicente Ferrer, los demás jueces decidieron que fuera el primero en votar. Vicente lo hizo a favor de Fernando de Antequera. Los otros jueces apoyaron su voto. La historia llamó al suceso “el compromiso de Caspe”, y con él quedaba solucionado el problema de la sucesión de la Corona de Aragón.

MEDIADOR DE DISPUTAS EN CASTELLÓN DE LA PLANA
Corría el mes de septiembre del año 1412 cuando Vicente Ferrer llegó a la localidad de Castellón de la Plana.

Castellón sostenía entonces una encarnizada lucha con las localidades de Onda y Almassora, ello a causa de determinados bandos que se habían formado y que cometían todo tipo de crímenes. Es posible que Vicente Ferrer fuera precisamente llamado para poner fin esta situación.

San Vicente Ferrer llegó a Castellón y se dispuso a efectuar uno de sus famosos sermones. Mandó llamar al Baile General del Reino de Valencia, una especie de gobernador general, para que estuviera presente en el sermón. San Vicente pronunció ante todos un patético sermón. Desplegó su gran elocuencia y, aprovechándose de la simpatía general de la que gozaba y de su prestigio, logró destruir todos los odios y enemistades. Acabado el sermón, consiguió que todos los bandos firmaran la paz. Así terminaron las antiguas diferencias que mantenían estos pueblos en continua guerra.

Y es que San Vicente, además de sacerdote ejemplar, gran predicador y taumaturgo, fue un eficaz pacificador en de discordias de todo tipo. Así se le representa en la pintura, que es del año 1460.

SU INTERVENCIÓN EN EL FIN DEL CISMA DE OCCIDENTE
Vicente Ferrer tuvo participación decisiva en el fin del Cisma de Occidente.

El año 1414 permanecía abierto el Cisma, hasta el punto de que existían al mismo tiempo tres papas: Juan XXIII, Gregorio XII y Benedicto XIII (el Papa Luna). La Corona de Castilla y la de Aragón, y por tanto también Vicente Ferrer, se mantenían bajo la obediencia de Benedicto XIII. Para poner fin al cisma se reunió en noviembre de 1414 el concilio de Constanza. La solución que se adoptó consistía en obtener la renuncia de los tres Papas, de modo que con la elección de uno nuevo se volviera a la unidad. Tanto Juan XXIII como Gregorio XII lo hicieron. Sin embargo, Benedicto XIII no quiso renunciar.

Para resolver el grave problema planteado hubo en Perpiñán una congregación de los partidarios de Benedicto XIII, a la que también asistió Vicente Ferrer. Al no conseguir la renuncia del Papa Luna, finalmente en septiembre de 1415, con la conformidad de Vicente Ferrer, tanto la Corona de Castilla como la de Aragón se desvincularon de la obediencia de Benedicto XIII, con lo que, en la práctica, se puso fin al Cisma, pues el papel de este último pasó a ser puramente testimonial. Con la elección en 1417 del Papa Martín V se puso fin al Cisma.

MUERTE Y CANONIZACIÓN

San Vicente Ferrer murió en la ciudad de Vannes (Francia) el 5 de abril de 1419, Miércoles de Ceniza, a la edad de 69 años. Acudió tanta gente a darle un último adiós que en tres días no se le pudo dar sepultura.
Fue canonizado el 29 de junio de 1455 por el Papa Calixto III, a quien San Vicente le había profetizado “Serás Papa y me canonizarás“. En los procesos que se tramitaron para su canonización en Aviñón, Tolosa, Nantes y Nápoles figuran documentados hasta un total de ochocientos sesenta milagros.

Desde el año de su canonización en prácticamente todas las imágenes se le representa con el lema TIEMETE DEUM ET DATE ILLI HONOREM. Se trata de una frase del libro del Apocalipsis, capítulo 14, versículo 7: “Temed a Dios y dadle gloria, porque ha llegado la hora de su juicio”. La explicación está en que San Vicente Ferrer llegó a convertirse en el profeta del juicio final y de la venida del Anticristo. En su proceso de canonización un testigo señala que “cualquiera que lo oyera predicar temblaba ante el divino juicio”. Según otro “a muchos los vio temer y temblar ante el juicio de Dios”. No es de extrañar que el Santo creyera inminente el fin del mundo: la Iglesia atravesaba el terrible Cisma de Occidente, con tres Papas al mismo tiempo. Sin embargo, en el proceso de canonización los testigos también señalan que San Vicente tenía un carácter afable, era amable y optimista.

En su vida ajetreada supo sacar tiempo y serenidad para escribir. En su obra “Tratado de Vida Espiritual” se manifiesta como Maestro de Santidad. En él aconseja oración, silencio, pureza, obediencia, humildad, comprensión de los defectos ajenos, que hay que llevar a la espalda, para no fijarse en ellos, y tener presente los propios, así como también conocimiento de sí mismo, valor en las tentaciones, penitencia, paciencia en las pruebas y perseverancia en la oración.

ORACIÓN A SAN VICENTE FERRER
¡Amantísimo Padre y Protector mío, San Vicente Ferrer!
 Alcánzame una fe viva y sincera para valorar debidamente las cosas divinas, 
rectitud y pureza de costumbres como la que tú predicabas, 
y caridad ardiente para amar a Dios y al prójimo.

Tú, que nunca dejaste sin consuelo a los que confían en ti, 
no me olvides en mis tribulaciones.

Dame la salud del alma y la salud del cuerpo. 
Remedia todos mis males.

Y dame la perseverancia en el bien para que pueda acompañarte
en la gloria por toda la eternidad.

Amén.