El Siervo de Dios Román Adame Rosales nació en Teocaltiche, Jal. el 27 de febrero de 1859. Hijo del Sr. Felipe Adame y de la Sra. Manuela Rosales. Fue bautizado el 2 de marzo del mismo año en la parroquia de Nuestra Señora de los Dolores, en su pueblo natal. Realizó sus estudios en el Seminario de Guadalajara con aplicación y aprovechamiento. Recibió la ordenación sacerdotal el 30 de noviembre de 1890 en el Santuario del Sr. San José, (Guadalajara, Jal.) por ministerio del Excmo. Sr. D. Pedro Loza y Pardavé, Arzobispo de Guadalajara.
El 26 de febrero de 1891 fue nombrado Rector de ordenandos y Capellán penitenciario del Sagrario Metropolitano. El 26 de junio de 1895 fue designado párroco sustituto de La Yesca, Nay. El 1º de junio de 1897 nuevamente regresó como Capellán del Sagrario Metropolitano. El 30 de septiembre del mismo año fue nombrado Párroco de Ayutla, Jal. En diciembre de 1903 fue designado Párroco de San Juan Bautista del Teúl de González Ortega, Zac. El 20 de noviembre de 1913 recibió nombramiento de párroco interino de Nochistlán, Zac., tomando posesión de dicha parroquia el 4 de enero de 1914 y en donde permaneció hasta su martirio.
El P. Román llevó siempre una vida piadosa, oraba e invitaba a sus vicarios a hacer oración. Había en diversos lugares de la sacristía pequeñas oraciones como recordando que la vida del sacerdote debía ser santa. Siempre sostuvo y cultivó las vocaciones sacerdotales. Rezaba su oficio con devoción y hacia su meditación diariamente antes de celebrar la Eucaristía. Tenía un gran amor al Santísimo Sacramento; construyó varias capillas rurales y, para que pudieran tener el Sagrado Depósito, enviaba a algún sacerdote y él se hacia cargo de sostenerlo económicamente, pues conocía la pobreza de sus feligreses. Fundó en Nochistlán, Zac., la Adoración Nocturna. Honraba a la Santísima Virgen rezando el rosario y hablando constantemente de ella con mucho fervor. Fundó en Nochistlán, Zac. la asociación de Hijas de María.
Era celoso en el cumplimiento de su ministerio, haciéndolo por la gloria de Dios y salvación de las almas. Misionaba mucho en las rancherías. En 1914 organizó una gran misión de la que escribió con gran alegría por el éxito obtenido: «Fue muy grande, muy grande el concurso del pueblo, aprovechando este beneficio de Dios (…) no fue posible satisfacer las necesidades de los fieles que deseaban aprovechar la Santa Misión. (…) Fue un gran número de comuniones; (…) muchos amasiatos se deshicieron. (…) Toda la parroquia recibió la gracia de Dios como rocío celestial y en gran manera se mejoraron las costumbres. ¡Sea para mayor gloria de Dios!».
Predicaba los ejercicios espirituales y daba exhortaciones a los fieles para su formación cristiana. Cuando predicaba sobre las verdades de nuestra fe se emocionaba y lloraba. Organizaba semanas de estudio sobre Doctrina Social de la Iglesia, para adultos.
Atendió y promovió que se atendiera a los fieles en la administración de los sacramentos. Era asiduo al confesionario. Se entusiasmaba con la escuela y el catecismo. El mismo preparaba a los niños a su primera confesión y comunión. Se preocupó de formar seglares para que colaborarán en la labor catequística en los tiempos difíciles de la persecución religiosa. Era muy caritativo con todos y ayudaba a todos del mismo modo. Su caridad con los enfermos llegó hasta el heroísmo atendiendo con gran solicitud a los contagiados de tifo. Serio, de talento, hablaba siempre con la verdad, vivió pobre. Fue intachable en la vivencia de la castidad y obediente con sus superiores.
El P. Román sobresalió especialmente en la vivencia de las virtudes de la humildad, paciencia y fortaleza: Nunca renegó por sus sufrimientos. En Nochistlán surgieron algunas dificultades por el celo mal entendido y la imprudencia de algunos feligreses, quienes formaron como dos partidos: «adamistas» que apoyaban la obra y organización del Sr. Cura Adame, y «roblistas» que preferían al P. José María Robles, joven vicario que había iniciado obras y actividades nuevas. El Sr. Cura Román Adame sufrió mucho, algo así como un calvario, pero jamás se quejó ni habló mal de nadie. Un día amaneció un asno amarrado a las puertas del curato, una bolsa de tortillas duras y un letrero: «para tu camino»; como pidiéndole que abandonara su parroquia. (…) en varias ocasiones la gente del mercado no le vendía comida. Todas estas penas, afrentas y humillaciones las sufrió en silencio. Ciertamente entre párroco y vicario no existió fricción o dificultad grave, porque el Sr. Cura era muy prudente y el P. José María Robles, obediente, sumiso y adicto a su párroco, pero la situación fue bastante dolorosa para el Sr. Cura Román Adame.
Entre sus obras materiales destacaron, además de la construcción de la escuela parroquial, el templo de Sr. San José y el templo de El Molino. En este último lugar, el Sr. Cura dirigía la construcción del templo y acostumbraba repicar y tirar cohetes cada vez que cerraba una bóveda, y dijo: el día que se cierre la cúpula hacemos una fiesta que huela a cielo. Poco después fue aprehendido y ejecutado, y providencialmente coincidió que ese mismo día, y casi a la misma hora, ponían la última piedra de la cúpula de la iglesia de El Molino y se oyeron los repiques y cohetes. Al conocer el pueblo el fusilamiento del buen párroco dijeron: «Al Sr. Cura Román sí le olió a cielo, porque había sido mártir».
Al iniciarse la persecución callista se cerraron los templos y muchos sacerdotes huyeron dejando abandonadas sus parroquias. El Sr. Cura Román Adame no se retiró. Bautizaba y casaba en las casas y continuó auxiliando a los feligreses con las cautelas necesarias. Aunque en la región había cristeros, nunca tuvo trato con ellos y hasta llegó a convencer a algunos feligreses de que no se levantaran en armas. Un día llegó solo, como a las 7.30 p.m., al ranchito de San José del Mesón, Jal. pidiendo asilo, ya que acababa de abandonar el curato porque habían ido a aprehenderlo los del Gobierno. Anduvo huyendo varios días. En la Cieneguitas Jal. celebró su última Misa.
El 18 de abril de 1927, estaba comiendo en casa del Sr. José Mora, en el rancho de Veladores, Jal., y la joven Ma. Guadalupe Barrón le dijo: «Ojalá no vayan a dar con nosotros» (los soldados); a lo que él contestó: ¡Qué dicha ser mártir, dar mi sangre por mi parroquia!.
Por la tarde estuvo confesando en casa de Felipe García y regresó a la casa de José Mora; rezó el rosario y se retiró a su habitación para pasar la noche, diciendo: ¡Que Dios nos de licencia de amanecer para que cumplan su comunión!. Pensaba celebrar la Misa al día siguiente, por la mañana. Mientras tanto, en Nochistlán, Zac., se encontraba el Coronel Jesús Jaime Quiñones. Ante él se presentó Tiburcio Angulo, que era del rancho de Veladores, para delatar el lugar donde se encontraba el Sr. Cura Adame.
En la madrugada del día 19 de abril llegaron a Veladores, Jal. las tropas federales, como en número de 300, comandadas por el Coronel Jesús Jaime Quiñones y citiaron la casa de José Mora. El Sr. Cura estaba profundamente dormido porque se había desvelado mucho confesando. Los soldados sacaron al Sr. Cura de la habitación donde dormía, descalzo y sólo en ropa interior. Lo ataron de las manos. Tomaron también prisionero al dueño de la casa y abusaron de las mujeres que encontraron. El Coronel Quiñones ordenó ponerse en marcha. La tropa iba a caballo y llevaban al Sr. Cura a pie por un camino agreste y oscuro. A José Mora lo dejaron en libertad.
Al llegar al Río Ancho un soldado se apeó para prestarle su caballo, ya que estaba anciano, no podía caminar y la tropa ya lo iba atropellando. Por este gesto compasivo, el soldado recibió injurias de sus compañeros. Llegaron por fin a Yahualica, Jal., con el prisionero que traían amarrado y montado en un caballo. El Coronel Quiñones se había posesionado del curato y lo había convertido en cuartel. Allí llevaron al prisionero. Durante el día lo sacaban a un portal y lo ataban a una de las columnas, por la noche lo metían al cuartel. Así lo tuvieron durante dos días y medio, sin comer ni beber.
Temiendo por la vida del Sr. Cura se formó una comisión para tratar de interceder por él. Francisco González, de Mexticacán, Jal. pudo hablar con el Sr. Cura quien le dijo que buscara la manera de gestionar su libertad. Francisco González habló con algunos señores influyentes de Yahualica, Jal. quienes fueron a hablar con el Coronel Quiñones. Entre los integrantes de esta comisión estaban los señores Jesús Aguirre y Francisco González Gallo. El Coronel Quiñones contestó que tenía orden de perseguir y fusilar a todos los sacerdotes, pero que si le daban 6, 000.00 (seis mil pesos) le perdonaría la vida. Los fieles de Nochistlán, Zac. reunieron cuatro mil quinientos pesos y entre la gente de Yahualica, Jal. se juntaron mil quinientos pesos y todo se entregó al Coronel Quiñones como rescate.
En lugar de cumplir lo prometido, el Coronel amenazó con pasar por las armas a quienes habían colaborado, y sólo por la influencia de los hermanos Felipe y Gregorio González Gallo, no se cumplió la amenaza contra la gente del pueblo.
El Coronel Quiñones recibió el dinero pero ordenó el fusilamiento. Así el 21 de abril de 1927, sacaron al Sr. Cura Román Adame del cuartel y rodeado de un grupo de patrulla lo condujeron al cementerio municipal. Mucha gente lo siguió, algunos lloraban y pedían a los soldados que lo soltaran. El Sr. Cura caminaba humildemente y en silencio. En el trayecto hacia el cementerio hay una subida muy pronunciada y el Sr. Cura pudo subirla pero muy agitado. Al llegar al cementerio los soldados dieron la voz de alto y entraron sólo ellos con el Sr. Cura Román Adame y cerraron la puerta. Entre los soldados iba Antonio Carrillo Torres, quien fue identificado por José González dado que ese soldado era asistido en su casa y lo habían llamado sus superiores cuando comenzaba a comer. José González y Domingo Mejía se fueron a la parte de atrás del cementerio y por un portillo de la pared alcanzaron a ver lo que sucedía en el interior.
Los soldados formaron el cuadro de fusilamiento como a dos metros y medio a la derecha de la puerta de entrada; recargaron al Sr. Cura en la barda y frente a él, como a metro y medio, estaba la fosa abierta. Sacaron un pañuelo para vendarle los ojos, pero él suavemente le retiró la mano al soldado y esperó con fortaleza la ejecución. Se escuchó el grito de «preparen armas» y cerrojearon los rifles, menos el del soldado Antonio Carrillo. El militar al mando de la tropa le reclamó y dio por segunda vez la orden de preparar armas; pero el soldado Carrillo siguió sin obedecer. Enojado el jefe le dijo algo al soldado pero éste, con señas, seguía diciendo que no. Le despojó del uniforme militar, lo agarró fuertemente y lo llevó junto al Sr. Cura y, al parecer, le decía que si no obedecía le iba a pasar lo mismo. Antonio Carrillo movía la cabeza indicando que no. El Sr. Cura levantó la mano y lo retiró de junto a sí, como diciéndole que cumpliera con su deber, pero el soldado se negó. Dieron la orden de «apunten» y «fuego» y al impacto de las balas cayó muerto el anciano párroco. Enseguida dispararon también sobre el soldado Antonio Carrillo.
El Coronel Jesús Jaime Quiñones rindió al General Andrés Figueróa el parte oficial en esta forma: «En el trayecto de Yahualica al Rancho de los Charcos, jurisdicción de Mexticacán, encontré al cabecilla Adame, con otros dos individuos, y en combate, resultaron muertos los tres».
Los restos mortales fueron exhumados y trasladados a Nochistlán, Zac., por el Sr. Cura D. Ignacio Iñiguez, quien informó: «(…) Su corazón se petrificó y su rosario está incrustado en él». En la opinión de todos los fieles es tenido por mártir y esta fama persiste hasta el día de hoy. Todos afirman que lo mataron por ser sacerdote, por continuar en el cumplimiento de su deber en la época en que el odio a la Iglesia y al sacerdote estaba inscrito en las leyes.
FAMA DE MARTIRIO
Al conocer el fusilamiento del Sr. Cura Román Adame, como fue cosa pública en Yahualica, Jal., fue opinión de todos que se trataba de un martirio. Lo mismo pasó en la parroquia de Nochistlán, Zac. al conocer la muerte de su párroco, la consideraron como un martirio: «Decimos que fue un mártir, que lo mataron por defender la fe de Cristo y por andar ejerciendo su ministerio».
El 15 de agosto de 1927, cuatro meses después de su muerte, el Excmo. Sr. D. Francisco Orozco y Jiménez, Arzobispo de Guadalajara escribió la XVII Carta Pastoral en la que hace mención del sacrificio de varios de sus sacerdotes, en donde expresa: «El Sr. Cura de Nochistlán. Dn. Román Adame, ajusticiado cruel y villanamente en Yahualica, después de haber exigido y recibido de uno y otro vecindario, por su rescate seis mil pesos (…); no quiero adelantarme al juicio elevado y respetabilísimo de la Santa Sede, me concreto (…) a consignar aquí, para edificación y estímulo nuestro, el concepto favorable y respetuoso en que ya se tiene su memoria la pública estimación de los fieles».
Los habitantes de El Molino, lugar donde el Sr. Cura estaba construyendo un templo, lo tuvieron también como santo y mártir y consideraron que se habían cumplido, como una profecía, las palabras que él dijo: «El día que se cierre (la cúpula) hacemos una fiesta que huela a cielo». Coincidió providencialmente que el día que se cerró la cúpula, y casi a la misma hora, el Sr. Cura era sacrificado.
Esta veneración existe también entre sus hermanos sacerdotes, especialmente entre los que han ejercido su ministerio en Yahualica, Jal. y en Nochistlán, Zac. El párroco D. Ignacio Iñiguez, quien promovió la exhumación de los restos de Yahualica, para ceder a la petición de los fieles de Nochistlán, Zac., consideró como un signo extraordinario que el corazón se petrificó, y su rosario estaba incrustado en él.
Los fieles aseguran que fue un hombre muy bueno, y admiraron sobre todo su humildad, su prudencia, la paciencia para sufrir las injusticias y su caridad para con los enfermos. Así mismo persiste la asociación de la Adoración Nocturna al Santísimo que él fundó, y sus miembros tienen la convicción firme de que su párroco fue un santo y fue mártir: «Ahora los adoradores le dedicamos una vigilia. Le tenemos veneración especial».
Dicen los censores de los escritos: «En lo próspero como en lo adverso, era su delicia decir: ¡Sea todo por Dios! ¡Sea todo por Dios!». Para honrar a Dios y servirlo permaneció siempre fiel.
Fue beatificado el 22 de noviembre de 1992 y canonizado por el Papa Juan Pablo II el 21 de mayo del 2000.
Fuente: https://diocesisdesanjuan.org/boletin/bol_biblioteca/Boletin_180.pdf