13 de Marzo
San Rodrigo pertenecía a una familia que vivía en su interior la tragedia de la división religiosa que el islam había introducido en la Córdoba hispanovisigoda. Después de la conquista, fueron muchos los que renunciaron a su fe cristiana para adaptarse mejor a la nueva situación. El drama llegó a muchos hogares en los que unos eran cristianos y otros, musulmanes.
Nacido en la aldea cordobesa de Cabra en el año 814, apenas un siglo después de la invasión de los bereberes, Rodrigo se formó en la capital y allí se hizo sacerdote. De los tres hermanos, uno de ellos se había pasado al islam. En una pelea familiar, Rodrigo se puso en medio y acabó llevándose los golpes más fuertes. Con el futuro santo inconsciente, su hermano lo paseó en una camilla por toda la ciudad, mientras proclamaba a voz en grito: «Este hermano mío es cristiano y sacerdote, pero ha escogido el culto de nuestra fe. Está en las últimas y no quiere marcharse de este mundo sin que lo supierais todos».
Más allá de una fanfarronada, ese hecho tenía para Rodrigo una consecuencia social muy grave, no tanto para su posición dentro de la Iglesia –ningún cristiano iba a creerse algo así–, sino dentro de la comunidad musulmana. En efecto, debido a la proclamación pública de su hermano, la vida de Rodrigo estaba amenazada: si retomaba su ministerio sacerdotal sería considerado un apóstata, algo castigado con la muerte. Rodrigo se negó a seguir la farsa iniciada por su hermano, pero tampoco podía volver al sacerdocio abiertamente, porque su vida peligraba.
Eran los días en que más arreciaba la persecución contra los cristianos, los del comienzo del reinado de Mohamed I, en el año 852. Su presencia era tolerada, pero la práctica de su fe se veía muy dificultada. Estaban obligados a pagar un impuesto especial, y se les permitía practicar su religión siempre que no hicieran apología de ella. Los hijos de matrimonios mixtos se consideraban, según la ley islámica, automáticamente musulmanes. El islam estaba protegido hasta tal punto que el insulto o la mera burla hacia Mahoma se consideraban blasfemias y estaban penados con la muerte. También estaba condenada a muerte la apostasía de la fe islámica.
En medio de esta situación, Rodrigo decidió esconderse en la sierra de Córdoba, donde pasó oculto cinco años. Solo bajaba a la ciudad cuando arreciaba la necesidad. Así, un día que fue al mercado a comprar algunas cosas fue reconocido. Recibió tal tropel de insultos que atrajo la curiosidad de muchos, entre ellos su hermano, el que había declarado su conversión al islam. Fue este el que le llevó al juez para denunciarle.
«Morir es una ganancia»
«Nunca me he separado de Cristo y nunca he profesado la religión musulmana. Más aún, soy cristiano y además sacerdote», testificó Rodrigo ante el juez, pero este le conminó a volverse atrás: «Puedes escapar a la muerte si vuelves a tus anteriores votos y si declaras que Cristo no es Dios». El testimonio que dio entonces Rodrigo recuerda al de los primeros mártires del cristianismo: «Puedes proponer todas esas cosas a los que tienen tu misma religión. En cuanto a mí, morir es una ganancia. Solo Cristo tiene palabras de vida eterna».
El juez lo mandó a las mazmorras y allí se encontró con otro cristiano llamado Salomón, con un recorrido diferente: él sí que había abrazado el islam, pero después se arrepintió y renegó de esa fe. El juez intentó de nuevo convencer a ambos, pero sin éxito, ante lo cual mandó cortarles la cabeza.
Antes de la ejecución, tanto Salomón como Rodrigo se echaron a los pies de sus compañeros de celda y pidieron sus oraciones para tener fortaleza. En el patíbulo, el juez hizo un último intento, pero Rodrigo contestó: «¿Cómo quieres que abandonemos nuestra religión y nos apartemos de nuestro camino, vosotros que estáis en tamaño error?».
Ese desafío fue suficiente para que el juez dictara la sentencia definitiva. La cabeza de Rodrigo rodó por el suelo mientras que la de Salomón quedó colgando del tronco. Sus cuerpos fueron expuestos boca abajo ante la gente como escarmiento público.
Días después, un musulmán piadoso descubrió sus restos a orillas del Guadalquivir y dio aviso a un sacerdote que conocía. La pequeña comunidad cristiana recuperó el cadáver y, desde entonces, fue venerado como la Iglesia hace siempre con las1 reliquias de sus mártires.