Cátedra de San Pedro


La liturgia celebra hoy la fiesta de la Cátedra de San Pedro. Se trata de una tradición muy antigua, atestiguada en Roma desde el siglo III, con la que se da gracias a Dios por la misión encomendada al apóstol san Pedro y a sus sucesores. La "cátedra", literalmente, es la sede fija del obispo, puesta en la iglesia madre de una diócesis, que por eso se llama "catedral", y es el símbolo de la autoridad del obispo y de la enseñanza evangélica que, como sucesor de los Apóstoles, está llamado a conservar y transmitir a la comunidad cristiana.

Los evangelios hablan de San Pedro como la piedra sobre la que Cristo construyó su iglesia. Pedro es considerado el fundamento de la iglesia cristiana, que ahora es un símbolo que representa su Cátedra. En honor al servicio de la iglesia, se celebraba un día de fiesta, desde los primeros tiempos del cristianismo.

Una cátedra, una silla en el fondo, y además vacía, se convierte en un monumento que ocupa la parte final de la basílica de San Pedro. Parece elevarse hacia una luz que la espera y se asienta en ella. Esa cátedra, trono y silla vacíos, nos indican que, sea quien sea el que la ocupe, vayan sucediéndose los papas, aquí se encuentra la sede del papado.

Podemos decir que la primera "sede" de la Iglesia fue el Cenáculo, donde Jesús reunió a sus discípulos para la Última Cena y donde recibieron, con la Virgen María, el don del Espíritu Santo. Más tarde, Pedro se trasladó a Antioquía, ciudad evangelizada por Bernabé y Pablo, donde los discípulos de Jesús fueron llamados por primera vez "cristianos" (Hechos 11:6). Allí Pedro fue el primer obispo, y esto explica por qué Antioquía tenía una fiesta propia de la Cátedra de Pedro que se celebraba el 22 de febrero.

Luego Pedro se dirigió a Roma, centro del Imperio, símbolo del "Orbis", la tierra, donde concluyó con el martirio su vida al servicio del Evangelio. Por eso, la sede de Roma, que había recibido el mayor honor, fue reconocida como la del sucesor de Pedro,
y la "cátedra" de su obispo representó la del Apóstol encargado por Cristo de apacentar a todo su rebaño.

Hasta 1960, hubo dos fiestas de la Cátedra de San Pedro, una el 18 de enero -referida a la sede de Roma- y otra el 22 de febrero -referida a la sede de Antioquía-. En 1960, Juan XXIII unificó ambas fiestas suprimiendo la del 18 de enero.

Cristo mismo confirió al apóstol Pedro la autoridad pastoral y magisterial, como recuerda el Evangelio elegido por la liturgia para esta fiesta. Dos testimonios nos ayudan a entender su significado y valor. San Jerónimo escribe al Obispo de Roma: "He decidido consultar la cátedra de Pedro, donde se encuentra la fe que la boca de un Apóstol exaltó; vengo ahora a pedir un alimento para mi alma allí donde un tiempo fui revestido de Cristo. Yo no sigo un primado diferente del de Cristo; por eso, me pongo en comunión con Vuestra Beatitud, es decir, con la cátedra de Pedro. Sé que sobre esta piedra está edificada la Iglesia" (Cartas I, 15, 1-2). Y San Agustín: "La institución de la solemnidad de hoy tomó de nuestros predecesores el nombre de Cátedra, por el hecho de que se dice que el primer apóstol, Pedro, ocupó su Cátedra Episcopal. Por lo tanto, las Iglesias honran con razón el origen de esa Sede, que por el bien de las Iglesias el Apóstol aceptó". (Serm. 190, I; P.L. 39, 2100).

Del Evangelio según San Mateo
Al llegar a la región de Cesarea de Filipo, Jesús preguntó a sus discípulos: «¿Qué dice la gente sobre el Hijo del hombre? ¿Quién dicen que es?».
Ellos le respondieron: «Unos dicen que es Juan el Bautista; otros Elías; y otros, Jeremías o alguno de los profetas».
«Y ustedes -les preguntó-, ¿quién dicen que soy?».
Tomando la palabra, Simón Pedro respondió: «Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo».
Y Jesús le dijo: «Feliz de ti, Simón, hijo de Jonás, porque esto no te lo ha revelado ni la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en el cielo. Y yo te digo: Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi iglesia, y las puertas del infierno no prevalecerán contra ella. Yo te dará las llaves del Reino de los Cielos. Todo lo que ates en la tierra, quedará atado en el cielo, y todo lo que desates en la tierra, quedará desatado en el cielo». (Mt 16,13-19)

Tú eres el Cristo
Jesús interroga a los suyos y, después de haberles preguntado sobre lo que la gente piensa de Él, estrecha el campo y les pregunta: "¿Quién decís que soy yo?". Una pregunta que viaja a través de los siglos para subrayar que la fe en Jesús es la fe en Dios, en el Señor Jesucristo, y que está ligada al papel de Pedro y de sus sucesores. La barca de la Iglesia tiene al timón a Jesús, el Hijo de Dios: no hay tormentas que puedan hacer que se hunda.

Signo de unidad
Pedro y sus sucesores, elegidos como principio y fundamento visible de la unidad de la fe y de la comunión, son un punto de referencia al que mirar para seguir el camino de la vida con confianza y seguridad. Celebrar la "Cátedra" de san Pedro, significa, por tanto, atribuirle un fuerte significado espiritual y reconocer que es un signo privilegiado del amor de Dios, Pastor bueno y eterno que quiere congregar a toda su Iglesia y guiarla por el camino de la salvación.


A medidados del siglo XVII Bernini estaba trabajando ya en la construcción de la gran Plaza – Vestíbulo del Vaticano. En ese momento, el papa Alejandro VII le pide que convierta la antigua cátedra en un monumento que cuente, con arte, lo que representaba dentro de la basílica de San Pedro. En esa gigantesca nave de la Iglesia, ese sería el timón. Sería, además, una silla que quiere recordar la presencia del pescador galileo que la habría ocupado. Una silla como signo de la autoridad, del gobierno, más allá de quien en ella se siente.

¿Por qué una silla es tan importante?
En tiempos en los que aún asistimos a complejos ceremoniales de coronaciones reales, nos es más fácil entender la simbología del ‘trono’. Representa la sede, donde se asienta el poder, la base que permanece a lo largo de los cambios y la historia.

Quizás por eso Bernini la recubre de bronce, el metal en cuyo nombre parece querer esculpirse la eternidad, lo que quiere durar no sólo por dureza sino en una ligera y elástica apariencia.

La cátedra indica un lugar de gran importancia. Sentados se enseña con autoridad. Que se lo digan, si no, a un catedrático. Cuando la cátedra hace referencia a un obispo indica su sede fija. De ahí que la iglesia en la que se encuentra la cátedra se llame catedral. En este caso, esta cátedra es el símbolo de la única monarquía que sigue siendo electiva.

Con el viaje y luego la muerte de San Pedro en Roma, esta ciudad se convierte en sede apostólica como antes lo fue Antioquía, la tercera ciudad del Imperio. Roma será la sede del obispo que sucederá a San Pedro. Ahora bien, al ser Pedro el apóstol que recibió el mandato de Jesús de ‘apacentar’ todo su rebaño y el que recibe el nombre de ‘piedra’ (petrus) sobre la que se funda su iglesia, esta cátedra pasa a representar una autoridad que no se circunscribe sólo a Roma sino que se hace universal, católica. Una piedra que, desde esta cátedra, cae en el mar de la historia llegando en ondas hasta las orillas más lejanas.

Una fiesta
Un punto fijo, el instrumento de un gobierno que dirige sin ser dueño, que busca y sigue los vientos que soplen de lo alto. Desde el siglo IV esta cátedra es el motivo para una fiesta. Se traduce en fiesta lo que tantos cristianos de los primeros siglos habían experimentado y que San Jerónimo dirá con estas palabras: «He decidido consultar la cátedra de Pedro, donde se encuentra la fe que la boca de un Apóstol exaltó; vengo ahora a pedir un alimento para mi alma donde un tiempo fui revestido de Cristo. Yo no sigo un primado diferente del de Cristo; por eso, me pongo en comunión con tu beatitud, es decir, con la cátedra de Pedro. Sé que sobre esta piedra está edificada la Iglesia.» (Cartas I, 15, 1-2)

Poco importa que San Pedro se haya sentado sobre esas maderas o sean por completo las que regaló Carlos el Calvo para su coronación en Roma en el siglo IX. Lo que sostiene y levanta en alto esa silla es la entera iglesia simbolizada por dos obispos de occidente (Ambrosio y Agustín) y dos de oriente (Atanasio y Juan Cirsóstomo). No se eleva la fuerza de un Atlas que levanta el mundo, sino la silla en la que se apoya la cadera, en muchos casos vieja, cansada o enferma, del obispo de Roma.

Así como en este monumento se unen oriente y occidente, se une también dos fiestas: la del 18 enero que festejaba la cátedra de San Pedro en Roma y la del 22 febrero que era la fiesta de su cátedra en Antioquía. Juan XXIII las unificó en el 22 de febrero, fiesta en la que este monumento se «incendia» con velas y belleza. Lo mismo que la gloria en piedra rodea aquella paloma que vuela, Luz, Viento y Llama, que entra pero no se puede contener. Cualquier adorno efímero va a sumarse a este gran artificio que Bernini creó para festejar. El arte consigue así manifestar lo divino que se esconde tras una vieja silla vacía.

Había dos tronos asociados a San Pedro, una conservada en la Basílica de San Pedro y la otra en la Catacumba de Priscila. Cada uno de estos tronos era venerado y celebrado, sin embargo, debido a que la Basílica de San Pedro es el lugar de descanso final del Apóstol, el antiguo trono de roble es el que se conoce como el trono de San Pedro. Se considera un tesoro histórico y se guarda con seguridad en el altar Papal de la Basílica.

Inicialmente, el trono se guardaba en el monasterio de San Martín, tras lo cual se trasladó a la Basílica de San Pedro, donde se encuentra actualmente. El trono ha sido estudiado en numerosas ocasiones, la última en 1968.