San Cornelio y San Cipriano

16 de Septiembre
mártires del siglo II

Uno fue Papa (Cornelio). El otro, un gran Obispo de Cartago (Cipriano). Los dos fueron decapitados por su cristianismo.

Cada 16 de septiembre la Iglesia recuerda al Papa Cornelio y al Obispo Cipriano de Cartago. Ambos constituyen un símbolo de la persecución que padecieron los cristianos durante el Imperio romano. Y también de las dificultades que enfrentó el catolicismo en sus primeros tiempos.

Cornelio, cuyo nombre significa “fuerte como un cuerno”, nació alrededor del año 180 en el seno de una familia noble romana, probablemente de la gens Cornelia. Su llegada al trono de San Pedro ocurrió como consecuencia del martirio del Papa Fabián, víctima de la persecución ordenada por el emperador Decio a partir de 250.

Siendo sacerdote, Cornelio fue elegido como el 21° Papa de la Iglesia Católica, y gobernaría entre el 6 de marzo del año 251 hasta el 25 de junio del año 253. Según escribió el Obispo Cipriano, Cornelio fue elegido Papa “por el juicio de Dios y de Jesucristo, por el testimonio de la mayoría del clero, por el voto del pueblo y con el consentimiento de los sacerdotes ancianos y los hombres de buena voluntad”.

El mayor conflicto que debió enfrentar el Papa Cornelio estuvo relacionado con su actitud hacia los apóstatas que luego de renegar de su fe volvían a la Iglesia. Mientras un sector estaba a favor del perdón, decidido por un obispo, el sacerdote Novaciano quería una actitud mucho más severa. Se convirtió en “antipapa” porque consideraba que la apostasía era un pecado imperdonable.

Cornelio, que contaba con la simpatía de muchos obispos de África y de Oriente, convocó a un concilio, porque sostenía que Dios no le niega el perdón a nadie. Luego, condenó las doctrinas de Novaciano y excomulgó a sus seguidores.

Parecía que su pontificado entraba en una etapa de paz, pero la persecución recrudeció al comenzar el año 253. El Papa Cornelio fue desterrado a Centumcellae (Civitavecchia, puerto cercano a Roma sobre el mar Tirreno). Compareció ante las autoridades en junio y aunque algunos afirman que fue decapitado, existen otras versiones según las cuales murió como consecuencia de los sufrimientos padecidos durante el exilio.

A diferencia de Cornelio, existen muchos más datos sobre Cecilio Cipriano, quien nació alrededor del año 200 en Cartago, en el norte de África. Profesor de retórica y defensor de oficio en los tribunales del Imperio, se convirtió al cristianismo gracias a un sacerdote de nombre Cecilio.

En 248 asumió como Obispo de esa ciudad, donde su desempeño le valió ser reconocido como primado de la Iglesia africana. Al igual que el papa Cornelio, tuvo que enfrentar las medidas de Decio contra los cristianos, por las cuales fue proscrito.

El obispo huyó de Cartago y su ausencia fue aprovechada por un seguidor de Novaciano: el sacerdote Novato. En un abierto desafío a Cipriano, Novato recibía a los apóstatas sin ningún tipo de penitencia. En un período de relativa paz, el obispo convocó a un concilio en Cartago, que excomulgó a todos los partidarios del cisma. Novato viajó a Roma para unirse al “antipapa” Novaciano.

Aunque Cipriano parecía inclinarse por el rigorismo de Novaciano, en realidad, representaba un término medio. En 251, durante el concilio, favoreció la postura de que había que establecer períodos de penitencia para que los apóstatas pudieran retomar su fe.

En 252, los emperadores Galo y Volusiano intensificaron la persecución y los obispos aceptaron la readmisión de los apóstatas con menos requisitos para fortalecer al cristianismo. Después de haber respaldado al papa Cornelio, en sus últimos años Cipriano se opuso a Esteban I sobre el bautismo otorgado por herejes o cismáticos. Junto con otros obispos africanos se negó a reconocer a este tipo de bautismo.

En 257 el emperador Valeriano publicó el primer edicto que obligaba al clero a sumarse al culto oficial, bajo pena de sufrir el exilio. El 30 de agosto de ese año, Cipriano debió comparecer ante el proncónsul Aspasio Paterno. Ante Aspacio Paterno, el obispo mantuvo su fe y dijo: “Una buena intención que reconoce a Dios no puede cambiar”. Fue exiliado en Curubis, a 80 kilómetros de Cartago. En agosto de 258, tuvo que comparecer ante el procónsul Galerio Máximo en Cartago. Fue juzgado el 14 de septiembre y tras negarse a ofrecer sacrificios a los dioses romanos, decapitado.