San Onésimo de Efeso

16 de Febrero
El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán.
Lucas 21, 33

Hoy la Iglesia universal recuerda a San Onésimo, nacido en Bizancio y obispo de Éfeso; un hombre sometido a la esclavitud que se convertiría en fugitivo escapando de su inhumana condición.

Sin habérselo propuesto inicialmente, terminó encontrando la libertad plena y verdadera en Cristo Jesús, liberador de las cadenas del cuerpo y del alma. Onésimo entregó la vida en el martirio por lapidación estando en la ciudad de Roma.

Encuentro con Pablo de Tarso
Según el Martiriologio Romano, Onésimo “fue acogido por San Pablo de Tarso y engendrado como hijo en la fe”. La conversión de Onésimo sucedió mientras huía de la justicia, tras haberle robado a Filemón, su amo, cristiano perteneciente a la Iglesia de Colosas (ubicada en la actual Turquía).

Fue así que Onésimo, tras ser apresado, entró en contacto con San Pablo, quien se hallaba por entonces prisionero en Roma a causa de la predicación.

El Apóstol lo convirtió, bautizó y envió a la casa de su antiguo amo con una carta de recomendación, tal y como está escrito en la Epístola a Filemón, en los versículos 10-12: “Te ruego en favor de mi hijo, a quien engendré entre cadenas, Onésimo, que en otro tiempo te fue inútil, pero ahora es muy útil para ti y para mí. Te lo envío de vuelta, y con él va mi propio corazón”.

En los versículos 18-19 de la misma carta, Pablo se compromete a pagar las deudas de Onésimo: "Si en algo te ofendió, o algo te debe, ponlo a mi cuenta; yo, Pablo, lo firmo con mi puño y letra, yo pagaré".

La libertad viene de Cristo
De los 25 versículos que conforman la carta de San Pablo a Filemón, 12 están dedicados a Onésimo, “hijo suyo” en el Señor. En la carta del Apóstol a los Colosenses (Col 4,7-9) es nombrado nuevamente; allí se afirma que volvió a casa de Filemón y fue aceptado como un verdadero hermano:

“En cuanto a mí, de todo os informará Tíquico, el hermano querido, fiel ministro y consiervo en el Señor, a quien os envío expresamente para que sepáis de nosotros y consuele vuestros corazones. Y con él a Onésimo, el hermano fiel y querido compatriota vuestro. Ellos os informarán de todo cuanto aquí sucede”.

Filemón perdonó y puso en libertad a su esclavo arrepentido y lo mandó reunirse de nuevo con San Pablo.

San Jerónimo cuenta que Onésimo se hizo predicador del Evangelio y llegó a ser obispo de Éfeso, por orden de Pablo. Posteriormente, Onésimo fue hecho prisionero y llevado a Roma, donde murió lapidado.

Meditación el mundo es un gran libro
El mundo es un gran libro en el cual San Antonio aprendió a amar a Dios y Santa Juliana a conocerlo. En este libro hay creaturas que nos representan la bondad de Dios. El sol y la luna nos alumbran, la tierra nos da frutos y flores para nuestro alimento y nuestro recreo. Consideremos estas creaturas, y demos gracias a Dios que nos las dio como otras tantas prendas de su amor. ¡Ah! si la tierra nos ofrece a la vista tantas cosas admirables, ¿qué delicias no nos reservará el cielo? Si el destierro es tan hermoso, ¿cuánto no la será la patria? (San Agustín).

Al lado de esas creaturas tan admirables, hay otras, en el mundo, que nos molestan y nos incomodan. Si en ocasiones ponen a prueba tu paciencia, agradece a Dios que te recuerda, por este medio, que estás en un lugar de destierro y no en tu patria. Sufre con paciencia, diciéndote a ti mismo: Si tanto hay que sufrir en este mundo, ¡cuáles no serán los tormentos de los condenados en el infierno!

Considera que en la tierra todo es pasajero, que en el cielo todo es eterno. Los hombres mueren, cambian las estaciones, sucédense los imperios, el mundo pasa, y tú también como él: tu vida y tus placeres huyen, lo que ves no es sino belleza fugitiva o, mejor dicho, un ligero rayo de la belleza permanente y eterna de Dios (Tertuliano).

La consideración de las obras de Dios.
Orad por la conversión de los infieles.


Que el bienaventurado Onéximo, implore por nosotros vuestra misericordia, Señor, él que siempre os fue agradable por el mérito de su castidad y por su valor en confesar vuestro Santo Nombre. Por J. C. N. S.