San Gregorio de Noecesarea (ho Thaumatourgos, el hacedor de milagros).
Nació en Neocesarea en el Ponto (Asia Menor) alrededor del año 213; murió allí entre el 270-275. Entre aquellos que construyeron la Iglesia Cristiana, extendieron su influencia y fortalecieron sus instituciones, los obispos de Asia Menor ocupan una posición superior; entre ellos Gregorio de Neocesarea mantiene un lugar prominente. Su trabajo pastoral es poco conocido y sus escritos teológicos nos han llegado muy incompletos. En esta semi-obscuridad la personalidad de este gran hombre parece eclipsada y empequeñecida; incluso su título inmemorial Taumaturgo (el hacedor de milagros) lanza un aire de leyenda sobre él. Sin embargo, las vidas de pocos obispos del siglo III están tan bien autenticadas; las referencias históricas a él nos permiten reconstruir su obra con considerable detalle.
Originalmente era conocido como Teodoro (el regalo de Dios), el cual no es un nombre cristiano exclusivamente. Por otra parte, su familia era pagana, y él estuvo poco familiarizado con la religión cristiana hasta después de la muerte de su padre, cuando tenía catorce años de edad. Él tenia un hermano, Atenodoro, y aconsejados por uno de sus tutores, los jóvenes estaban ansiosos por estudiar leyes en la escuela de derecho de Beirut, en ese entonces una de las cuatro o cinco escuelas famosas en el mundo helénico. En ese tiempo también su cuñado fue nombrado asesor del gobernador romano en Palestina; por lo tanto, los jóvenes tuvieron ocasión de actuar como escoltas de su hermana tan lejos como a Cesarea en Palestina.
Al llegar a ese pueblo supieron que el famoso erudito Orígenes, director de la escuela catequética de Alejandría vivía allí. La curiosidad los llevó a escuchar y conversar con el maestro, y su irresistible encanto hizo el resto. Pronto ambos jóvenes se olvidaron de Beirut y la ley romana y se entregaron al gran maestro cristiano, quien gradualmente se los ganó para el cristianismo. En su panegírico sobre Orígenes, Gregorio describe el método utilizado por ese maestro para ganarse la confianza y estima de los que deseaba convertir; cómo mezclaba un candor persuasivo con estallidos de mal genio y argumentos teológicos puestos diestramente a la vez e inesperadamente. Habilidad persuasiva más bien que puro razonamiento, y sinceridad evidente y una ardiente convicción eran los medios que utilizaba Orígenes para ganar conversos.
Gregorio emprendió primero el estudio de la filosofía; luego añadió la teología, pero su mente continuó inclinada hacia los estudios filosóficos, a tal extremo que ya en su juventud anhelaba fuertemente demostrar que la religión cristiana era la única verdadera y buena filosofía. Por siete años sobrellevó la disciplina mental y moral de Orígenes (231 a 238 ó 239). No hay razón para creer sus estudios fueron interrumpidos por la persecución de Maximino de Tracia; su alegado viaje a Alejandría, en ese tiempo, puede por lo tanto considerarse dudoso y probablemente nunca ocurrió.
En 238 ó 239 los dos hermanos regresaron a su nativo Ponto. Antes de dejar Palestina, Gregorio pronunció en presencia de Orígenes un discurso público de despedida en el cual le daba las gracias al ilustre maestro que dejaba. El discurso es valioso desde muchos puntos de vista. Como un ejercicio retórico exhibe el excelente adiestramiento que le dio Orígenes, y su habilidad en desarrollar el gusto literario; también presenta la cantidad de adulación que se permitía entonces hacia un ser humano en una asamblea compuesta mayormente por cristianos, y de genio cristiano. Contiene además mucha información útil respecto a la juventud de Gregorio y el método de enseñanza de su maestro. Una carta de Orígenes se refiere a la partida de los dos hermanos, pero no es fácil determinar si fue escrita antes o después de la emisión de este discurso. En ella Orígenes exhorta (bastante innecesariamente, por cierto) a sus discípulos a traer los tesoros intelectuales de los griegos al servicio de la filosofía cristiana, y así imitar a los judíos que emplearon las vasijas doradas de los egipcios para adornar el Santo de los Santos.
Se debe suponer que a pesar del abandono original de Beirut y el estudio de la ley romana, Gregorio no había renunciado completamente al propósito original de su viaje a Oriente; de hecho, regresó al Ponto con la intención de practicar las leyes. Sin embargo, su plan fue puesto a un lado, pues muy pronto Foedimo, obispo de Amasea y metropolitano de Ponto lo consagró obispo de su nativa Cesarea. Este dato ilustra de modo interesante el crecimiento de la jerarquía en la Iglesia primitiva, pues sabemos que la comunidad cristiana de Cesarea era muy pequeña, sólo diecisiete almas, y se les dio un obispo. Sabemos, además, por documentos canónicos antiguos, que era posible que una comunidad de sólo diez cristianos tuviese su propio obispo. Cuando Gregorio fue consagrado tenía cuarenta años de edad, y gobernó su diócesis por treinta años.
Aunque no sabemos nada definido sobre sus métodos, no podemos dudar de que debió haber mostrado mucho celo por aumentar el pequeño rebaño con que comenzó su administración episcopal. Por una fuente antigua conocemos un dato que es a la vez una coincidencia curiosa, y arroja luz sobre su celo misionero; mientras que comenzó son sólo diecisiete cristianos, a la fecha de su muerte sólo quedaban diecisiete paganos en la población total de Cesarea. Los muchos milagros que le ganaron el título de Taumaturgo fueron sin duda realizados durante estos años. La mente oriental se revela tan naturalmente en lo maravilloso que un historiador serio no puede aceptar incondicionalmente todo su producto; aun así si alguna vez el título “hacedor de milagros” se mereció, Gregorio tuvo derecho a él.
Se debe notar aquí que las fuentes de información para la vida, enseñanza y acciones de Gregorio Taumaturgo están más o menos abiertas a crítica. Además de los detalles que da Gregorio mismo, y de los que ya se ha hablado, hay otras cuatro fuentes de información, todas, según Kötschau, derivadas de la tradición oral; ciertamente, las diferencias entre ellas imponen la conclusión de que todas no se pueden derivar de una fuente común.
Ellas son:
- Vida y Panegírico de Gregorio por San Gregorio de Nisa (P.G., XLVI, col. 893 ss.);
- Historia Miraculorum, por Russino;
- un relato en siríaco de las grandes acciones del b
- endito Gregorio (manuscrito del siglo VI);
- San Basilio el Grande, De Spirtu Sancto.
Gregorio de Nisa describe por extenso los milagros que le ganaron al obispo de Cesarea el título de Taumaturgo; en esto el elemento imaginativo está muy activo. Sin embargo, es claro que la influencia de Gregorio debe haber sido considerable, y su don de milagros indudable. Se debía haber esperado que el nombre de Gregorio apareciera entre aquéllos que tomaron parte en el Primer Concilio de Antioquía contra Pablo de Samosata (Eusebio, Hist. Ig. VII.28); probablemente tomó parte también en el segundo concilio celebrado allí contra la misma herejía, pues la carta del concilio está firmada por Teodoro, que había sido el nombre original de Gregorio (Eusebio, op. cit., VII.30). Para atraer a la gente a las fiestas en honor a los mártires, sabemos que Gregorio organizaba diversiones profanas como una atracción para los paganos, que no podían entender una solemnidad sin algunos placeres de naturaleza menos serie que la ceremonia religiosa.
Escritos de Gregorio: El Oratio Panegyrica en honor a Orígenes describe en detalle los métodos pedagógicos del maestro. Su valor literario consiste menos en su estilo que en su novedad, pues fue el primer intento de autobiografía en la literatura cristiana. Esta joven obra está llena de entusiasmo y talento genuino; además, prueba a qué punto Orígenes se había ganado la admiración de sus discípulos, y cómo la educación que recibió Gregorio influyó el resto de una larga y fructífera vida. Gregorio nos dice en esta obra (XIII) que bajo la dirección de Orígenes leyó las obras de muchos filósofos, sin restricción de escuela, excepto la de los ateos. Con esta lectura de los antiguos filósofos aprendió a insistir frecuentemente en la unidad de Dios; y su larga experiencia de poblaciones paganas o crudamente cristianas le enseñó cuán necesario era esto. Vestigios de esta insistencia se hallan en el Tractatus ad Tehopompum, respecto a la pasibilidad e impasibilidad de Dios; esta obra parece pertenecer a Gregorio; aunque en su arreglo general nos recuerda a Metodio.
Un rasgo similar fue probablemente característico del perdido Dialogus cum Aeliano (Pros Ailianon dialexis), del cual conocemos por San Basilio, quien frecuentemente atestigua la ortodoxia del Taumaturgo (Ep. XXVIII, 1, 2; CCIV, 2; CCVII, 4) e incluso lo defiende contra los sabelianos, quienes le adjudican sus enseñanzas y citaban como su fórmula: patera kaiouion epinoia men einai duo, hypostasei de en (que el Padre y el Hijo eran dos en inteligencia, pero sólo uno en substancia) del antedicho Dialogus cum Aeliano. San Basilio replicó que Gregorio estaba argumentando contra un pagano, y usó las palabras agonistikos no dogmatikos, es decir, en el calor del combate, no en una exposición calmada; en este caso insistía, y correctamente, sobre la unidad Divina. Además, añadió que se le debe dar una explicación similar a las palabras ktisma, poiema (creado, hecho) cuando se aplicaban al Hijo, al referirse a Cristo encarnado. Basilio añadió que el texto de la obra estaba corrupto.
La "Epostola Canonica", epistole kanonike (Routh, Reliquiae Sacrae, III, 251-83) es valiosa tanto para historiadores como para canonistas como evidencia de la organización de la Iglesia de Cesarea y las otras Iglesias del Ponto bajo la influencia de Gregorio, en un tiempo cuando la invasión de los ostrogodos estaba comenzando a agravar la ya difícil situación causada por la persecución imperial. Por esta obra sabemos cuán absorbente era el cargo episcopal para un hombre de conciencia y un estricto sentido del deber. Además nos ayuda a entender cómo un hombre tan bien equipado mentalmente, y con los dones literarios de Gregorio, no dejó un mayor número de obras.
La Ekthesis tes pisteos (Exposición de la Fe) es en su clase un documento teológico no menos precioso que el anterior. Aclara la ortodoxia de Gregorio a propósito de la Santísima Trinidad, cuya fecha está entre 260 - 270. Caspari ha demostrado que esta confesión de fe es un desarrollo de las bases colocadas por Orígenes. Su conclusión no deja lugar a dudas: “Sin embargo, no hay nada creado, nada más o menos (literalmente, ningún sujeto) en la Trinidad (oute oun ktiston ti, he doulon en te triadi), nada sobreañadido, como si no hubiese existido antes, pero nunca estado con el Hijo, ni el Hijo sin el Espíritu; y esta misma Trinidad es inmutable e inalterable por siempre”. Tal fórmula, que establece claramente la diferencia entre las Personas de la Trinidad, y que enfatiza la eternidad, igualdad, inmortalidad y perfección, no sólo del Padre, sino del Hijo y del Espíritu Santo, proclama un marcado avance en las teorías de Orígenes.
Una Metaphrasis eis ton Ekklesiasten tou Solomontos, o paráfrasis del Eclesiastés, se le atribuye a él en algunos manuscritos; otros se lo atribuyen a San Gregorio Nacianceno; San Jerónimo (Hombres Ilustres 65 y Com. In Ecles., IV) se lo adscribe a nuestro Gregorio. La Epistola ad Philagrium nos ha llegado en una versión siríaca. Trata sobre la consubstancialidad del Hijo y también ha sido atribuida a Gregorio Nacianceno (Ep. CCXLIII; anteriormente Orat.XIV); Tillemont y los benedictinos, sin embargo, niegan esto porque no ofrece expresión sugestiva sobre la controversia arriana. Sin embargo, Draeseke llama la atención a numerosas opiniones y expresiones en este tratado que recuerdan los escritos de San Gregorio Nacianceno. El breve Tratado sobre el Alma dirigido a un tal Tatiano, a favor del cual se puede citar el testimonio de Nicolás de Metone (probablemente de Procopio de Gaza), se le atribuye ahora a Gregorio.
La Kephalaia peri pisteos dodeka o Doce Capítulos sobre la Fe no parecen ser obra de Gregorio. Según Caspari, la Kata meros pistis o breve exposición de la doctrina respecto a la Trinidad y la Encarnación, atribuida a Gregorio, fue compuesta por Apolinar de Laodicea alrededor del año 380, y circulada por sus seguidores como una obra de Gregorio (Bardenhewer). Finalmente, la Catenæ griega, siríaca y armenia contiene fragmentos atribuidos más o menos correctamente a Gregorio. Los fragmentos de la De Resurrectione pertenecen más bien a la Apología por Orígenes de San Pánfilo de Cesarea.
Bibliografía:
Los escritos de Gregorio fueron editados por primera vez por Voss (Mainz, 1604) y se hallan en P.G., X. Para el Tratado ad Theopompum vea DE LAGARDE, Aanlecta Syriaca (Londres, 1858), 46-64; y PITRA, Analecta Sacra (París, 1883), IV. Vea también RYSSEL, Gregorio Taumaturgo, sein Leben, und seine Schriften (Leipzig, 1880); KOTSCHAU, Des Gregorios Thaumaturgos Dankrede an Origenes (Frieburg, 1894); BARDENHEWER, Patrología, tr. SHAHAN (San Luis, 1908), 170-175. Para una version en ingles de los restos literarios de Gregory vea Padres Ante-Nicenos (Nueva York, 1896), VI, 9-74.; cf. también REYNOLDS en Dicc. Biog. Crist., s.v. Gregorio (3).
Fuente: Leclercq, Henri. "St. Gregory of Neocaesarea." The Catholic Encyclopedia. Vol. 7. New York: Robert Appleton Company, 1910.
Traducido por Luz María Hernández Medina
Fuente: Leclercq, Henri. "St. Gregory of Neocaesarea." The Catholic Encyclopedia. Vol. 7. New York: Robert Appleton Company, 1910.
Traducido por Luz María Hernández Medina