San Servasio de Tongres y de Maastricht Obispo

13 de Mayo


Fue discípulo de Cristo y le siguió a todas partes hasta su Pasión y Muerte. Después de la Ascensión, no queriendo vivir en tierra tan cruel, viajó a Roma para dejarse aconsejar por san Pedro. Éste le entregó unas llaves hechas con las cadenas de la prisión de la que fue liberado por un ángel y lo consagró obispo. Otros dos ángeles bajaron del cielo la mitra y el báculo símbolos de su dignidad. Con los preciados objetos viajó a Tongres, su destino como obispo en la Galia Bélgica. Nada más llegar tuvo que enfrentarse a un dragón, entonces muy abundantes, al que dio muerte, un símbolo muy repetido del paganismo. Aquí da el tiempo un gran salto y vemos san Servacio luchando contra la herejía arriana sin mucho éxito. En un sueño se le aparecen san Pedro y san Pablo en el esplendor del Paraíso para avisarle de que se acercan los hunos, que se traslade a la cercana Maastricht porque Dios va a hacer un escarmiento en Tongres.

Otro salto en el tiempo y llegan los hunos. Tongres es destruida y Maastricht respetada, porque Atila se había impresionado, y aun convertido al cristianismo, al ver al santo dormido y cómo un águila con las alas extendidas lo protegía del sol, lo que no impidió que los hunos mataran a san Servacio a golpes de zueco y unos ángeles bajaran para darle sepultura. Los milagros y patronazgos son muy numerosos. Es protector de las viñas por haber dejado sin manos (luego se las repuso) a unos mozalbetes ladrones de uva. Abogado contra las heladas por el respeto de la nieve a su sepulcro. Patrón de los cerrajeros por el regalo de la llave milagrosa de san Pedro. Abogado contra los dolores de pies por su martirio golpeado con zuecos. Las llaves, que con el tiempo se volvieron de plata, servían también para combatir las plagas de ratones. Su fama se extendió por toda Bélgica y norte de Alemania, donde hay abundantes representaciones del santo en iglesias y museos.

Martirologio Romano: En Maastricht, junto al río Mosa, en la Galia Bélgica, actualmente territorio de Holanda, san Servacio, obispo de Tongres, que defendió con tenacidad la fe ortodoxa nicena acerca de la naturaleza de Cristo, en las controversias suscitadas en varios concilios. († c.384)

San Servacio había nacido probablemente en Armenia. Durante el destierro de san Atanasio de Alejandría, le ofreció hospedaje a éste y defendió la causa del gran patriarca en el Concilio de Sárdica. Después del asesinato de Constante, el usurpador Majencio envió a san Servacio y a otro obispo a Alejandría para defender su causa ante el emperador Constancio. La embajada no tuvo éxito, pero san Servacio tuvo ocasión de volver a ver en Egipto a san Atanasio. El año 359, san Servacio asistió al Concilio de Rímini, donde se opuso valientemente a la mayoría arriana, junto con san Febadio, obispo de Agen; sin embargo, ambos santos se dejaron engañar por la fórmula que se firmó ahí, hasta que los ilustró san Hilario de Poitiers.

San Gregorio de Tours cuenta que san Servacio predijo la invasión de los hunos a las Galias y que, con el ayuno, la oración y una peregrinación a Roma, trató de evitar esa catástrofe. El santo emprendió la peregrinación a Roma en espíritu de penitencia para encomendar su grey a los dos grandes Apóstoles. Casi inmediatamente después de su regreso a Tongres, contrajo la peste y murió. Algunos autores sostienen que murió en Maestricht. En ese mismo año, la ciudad de Tongres fue saqueada; pero la profecía de san Servacio se cumplió plenamente setenta años más tarde, cuando Atila y los hunos invadieron y asolaron toda la región.

En los Países Bajos se profesaba gran devoción a san Servacio en la Edad Media, y las leyendas sobre él se multiplicaron. Las reliquias del santo se conservan en Maestricht, en un hermoso relicario antiguo; también se conservan su báculo, la copa en que acostumbraba beber, y su llave de plata. Según la tradición, el mismo san Pedro le dio esa llave en Roma, durante una visión; pero en realidad se trata de una de las Claves Confessionis S. Petri [«llave de la confesión de San Pedro»] que los Papas solían regalar a algunos personajes distinguidos, fundidas con un poco del acero de las cadenas de San Pedro. Otra tradición cuenta que la copa había sido regalada a san Servacio por un ángel y que tenía la propiedad de curar la fiebre.