Luis IX de Francia,1 también conocido como Ludovico Nono, San Luis Rey o San Luis de Francia (Poissy, 25 de abril de 1214 — Túnez, 25 de agosto de 1270), fue un rey de Francia. Hijo de Luis VIII el León y de la infanta castellana Blanca de Castilla (hija de Alfonso VIII). Fue, por tanto, primo hermano del rey castellano Fernando III el Santo. Como santo canonizado, su fiesta se celebra el 25 de agosto
Biografía
Fue proclamado rey a la muerte de su padre, a finales de 1226, y durante los primeros años estuvo bajo la regencia de su madre. Poco más tarde, en 1235, contrajo matrimonio con Margarita de Provenza, hija de Ramón Berenguer V, conde de Provenza, nieto de Alfonso II de Aragón y bisnieto de Alfonso VII de León y del conde de Barcelona Ramón Berenguer IV.
La pareja real tuvo once hijos:
Blanca (1240-1243).
Isabel (1242-1271), casada en 1258 con Teobaldo II de Navarra.
Luis de Francia (1244-1260).
Felipe el Atrevido (1245-1285), rey de Francia.
Juan (nacido y muerto en 1248).
Juan-Tristán (1250-1270), conde de Valois.
Pedro (1251-1284), conde de Alençon.
Blanca (1253-1320), casada en 1269 con el infante de Castilla Fernando de la Cerda.
Margarita (1254-1271), casada en 1270 con el duque Juan I de Brabante.
Roberto (1256-1317), conde de Clermont, casado con Beatriz de Borbón. Su hijo, el duque Luis I de Borbón, fue el fundador de la Dinastía Borbón
Inés (1260-1327), casada en 1279 con el duque Roberto II de Borgoña.
Educación y vida devota
Educado en la devoción y el misticismo por su madre, Luis IX combinó su tarea de gobierno con un ascetismo que ha sido destacado tanto por la hagiografía católica como por comentaristas laicos (Voltaire llegó a decir que "No es posible que ningún hombre haya llevado más lejos la virtud"). Por momentos parecía un anacoreta, entregándose a prácticas de mortificación como el hacerse azotar la espalda con cadenillas de hierro los viernes, o actos de autohumillación como lavar los pies a los mendigos o compartir su mesa con leprosos.
Perteneció a la Orden franciscana seglar, fundada por San Francisco de Asís y a la Orden Trinitaria como terciario. Fundó muchos monasterios y construyó la famosa Santa Capilla en París, cerca de la catedral, para albergar una gran colección de reliquias del cristianismo, entre las que destaca la corona de espinas.
Asistió al Concilio Ecuménico latino de Lyon I, (convocado en 1245 y presidido por el Papa Inocencio IV) donde, además de deponer y excomulgar al emperador Federico II, se convocó una cruzada (la séptima) de la que se designó a Luis IX al mando.
Como Carlomagno tuvo en Eginardo su biógrafo, Luis IX lo tuvo en Jean de Joinville (1224-1317), amigo suyo y camarada en sus campañas de armas. Sus escritos han creado la tan popular imagen pacífica y piadosa del Rey, y el propio Joinville prestó testimonio ante el Papa Bonifacio VIII, que canonizaría a Luis IX en 1297.
Gobierno
En un aspecto más terrenal, Luis IX tuvo que enfrentarse a Enrique III de Inglaterra, a quien venció en Taillebourg en 1242, firmando luego el Tratado de París de 1259, lo que trajo la paz, que se prolongó durante todo su reinado. Gracias a este tratado confirmó sus conquistas de Anjou, Turena y Maine, conservando el monarca inglés solamente la Guyena.
Más tarde la rebelión de los nobles ingleses contra Enrique III, conocida como Segunda Guerra de los Barones, repercutió en Francia. Con la derrota y prisión de Enrique en la Batalla de Lewes (1264), su esposa, la reina Leonor de Provenza, y su hijo mayor, el príncipe Eduardo, heredero del trono, se refugiaron en Francia, al lado de la reina Margarita —hermana mayor de Leonor—, la cual convenció a su esposo Luis IX que apoyara a Eduardo con un ejército para reconquistar el poder y liberar a su padre
Luis IX fue el último monarca europeo que emprendiera el camino de las Cruzadas contra los musulmanes. La primera vez, entre 1248 y 1254, en lo que luego se llamó la Séptima Cruzada, Luis desembarcó en Egipto y llegó a tomar la ciudad de Damieta, pero poco después sus tropas fueron sorprendidas por la crecida del Nilo y la peste. Combatiendo en terreno desconocido para ellos, los franceses, junto con su rey, cayeron prisioneros de sus enemigos y sólo se salvaron pagando un fuerte rescate. Irónicamente, la séptima cruzada, liderada por Luis IX, corrió una suerte similar a la quinta cruzada, emprendida por Andrés II de Hungría, quien un par de décadas antes también había arribado a Egipto y al poco tiempo se vio forzado a regresar a su hogar.
La octava Cruzada, en 1270, llevó a Luis frente a Túnez, ciudad a la que puso sitio. Si bien al rey lo impulsaban móviles religiosos, no era el caso de su hermano, el bastante más terrenal Carlos de Anjou,[cita requerida] rey de Nápoles, cuyos intereses en Italia, que lo vincularon estrechamente al papado, lo pusieron en situación de acabar con la competencia de los mercaderes tunecinos del Mediterráneo.
La expedición fue un desastre. Buena parte del ejército fue atacado por la disentería o, según el historiador Fernand Destaing, por la fiebre tifoidea,2 al igual que el propio Luis IX, que murió sin haber conseguido su objetivo, el 25 de agosto de 1270, asistido por su capellán personal fr. Juan de Douai, trinitario.
A su muerte le sucedió en el trono su hijo, Felipe el Atrevido.
Legado
Con su muerte, remate de una expedición carente de todo sentido militar, político y religioso salvo el antes mencionado de favorecer a Carlos de Anjou, se extinguieron las Cruzadas. La lenta consolidación de los Estados monárquicos y el desarrollo cultural y comercial de la época gótica eran un hecho incontestable que alejaron de preocupaciones místicas a los gobernantes de aquel tiempo. Por otro lado, la Europa Occidental había llegado ya a su techo militar y no pudo desalojar a los musulmanes del Norte de África y del Cercano Oriente. Apenas veinte años después de la muerte de San Luis, los cristianos perdieron su última plaza fuerte en Tierra Santa, al caer San Juan de Acre en manos de los musulmanes, en 1291.
En este marco, a pesar de los fracasos temporales y el empeño por empresas que resultaron fallidas y le costaron la vida, su popular imagen dentro y fuera de su país y la encarnación del modelo ideal de monarca cristiano hicieron de él un modelo de gobernante católico y una figura predominante de la cristiandad.
Testamento espiritual de San Luis a su hijo
(Acta Sanctorum Augusti 5 [1868]1, 546)
Hijo amadísimo, lo primero que quiero enseñarte es que ames al Señor, tu Dios, con todo tu corazón y con todas tus fuerzas; sin ello no hay salvación posible.
Hijo, debes guardarte de todo aquello que sabes que desagrada a Dios, esto es, de todo pecado mortal, de tal manera que has de estar dispuesto a sufrir toda clase de martirios antes que cometer un pecado mortal.
Además, si el Señor permite que te aflija alguna tribulación, debes soportarla generosamente y con acción de gracias, pensando que es para tu bien y que es posible que la hayas merecido. Y, si el Señor te concede prosperidad, debes darle gracias con humildad y vigilar que no sea en detrimento tuyo, por vanagloria o por cualquier otro motivo, porque los dones de Dios no han de ser causa de que le ofendas.
Asiste, de buena gana y con devoción, al culto divino, mientras estés en el templo, guarda recogida la mirada y no hables sin necesidad, sino ruega devotamente al Señor con oración vocal o mental.
Ten piedad para con los pobres, desgraciados y afligidos, y ayúdalos y consuélalos según tus posibilidades. Da gracias a Dios por todos sus beneficios, y así te harás digno de recibir otros mayores. Obra con toda rectitud y justicia, sin desviarte a la derecha ni a la izquierda; ponte siempre más del lado del pobre que del rico, hasta que averigües de qué lado está la razón. Pon la mayor diligencia en que todos tus súbditos vivan en paz y con justicia, sobre todo las personas eclesiásticas y religiosas.
Sé devoto y obediente a nuestra madre, la Iglesia romana, y al sumo pontífice, nuestro padre espiritual. Esfuérzate en alejar de tu territorio toda clase de pecado, principalmente la blasfemia y la herejía.
Hijo amadísimo, llegado al final, te doy toda la bendición que un padre amante puede dar a su hijo; que la Santísima Trinidad y todos los santos te guarden de todo mal. Y que el Señor te dé la gracia de cumplir su voluntad, de tal manera que reciba de ti servicio y honor, y así, después de esta vida, los dos lleguemos a verlo, amarlo y alabarlo sin fin. Amén.
Toponimia
Multitud de ciudades, accidentes geográficos, instituciones educativas, equipos deportivos y edificios religiosos llevan su nombre.
Entre estos lugares pueden mencionarse: San Luis Talpa, en el Departamento de La Paz, El Salvador, la isla de San Luis, en París, Francia, la región de Saint Louis en Senegal, el lago Saint Louis en Canadá, la ciudad de San Luis en el estado de Misuri, dos municipios en Cuba y cinco en Filipinas, la ciudad y el estado de San Luis Potosí en México, San Luis del Marañón en Brasil, la ciudad y provincia de San Luis en Argentina,[cita requerida] así como las ciudades mexicanas de San Luis de la Paz, San Luis Coyotzingo o San Luis Acatlán.
Referencias
«Louis IX 1226-1270». Foundation for Medieval Genealogy (en inglés). Consultado el 15 de enero de 2014.
Destaing Fernand. El fin de los hombres ilustres. La ayuda para el diagnóstico de la historia. Presses de la Cité, 1977, 270 p.