Nació en Tananarive (Madagascar). Perteneció a una de las familias más potentes del país, recibió una óptima educación moral.
Frecuentó las escuelas fundadas por la Compañía de Jesús y las Hermanas de la Congregación de San José de Cluny. La enseñanza de la religión católica y el ejemplo de los padres y las hermanas influyeron poderosamente en la joven, quien más tarde pidió ser admitida a la Iglesia.
Fue bautizada en 1863. Durante las persecuciones contra la Misión Católica, sus padres pretendieron que renegara de su fe pero ella no cedió. Los misioneros consideraron prudente respaldar su deseo a ingresar en la vida religiosa, pero fue entregada como esposa al hijo del primer ministro y alto oficial del ejército.
El matrimonio, debido al carácter y costumbres de su esposo, se constituyó para ella en un verdadero martirio. Sin embargo permaneció fiel a su marido no obstante los consejos de sus padres y de la misma reina.
Su vida cristiana ejemplar le ganaron la estima de la corte y el pueblo.
Falleció el 21 de agosto de 1894.
Victoria Rasoamanarivo fue proclamada beata por San Juan Pablo II el 30 de abril de 1989.
Proveniente de una de las familias más potentes del país, fue educada según las creencias indígenas de sus antepasados. Cuando llegan los jesuitas a Madagascar, Victoria se inscribe en la escuela de la misión y pide ser bautizada. Más tarde es dada en matrimonio a un alto oficial del ejército, violento y entregado a los vicios.
Sin embargo, Victoria no pone en discusión el sacramento del matrimonio y permanece junto al marido quien, al final, acepta recibir el bautismo. Tras el conflicto franco-malgache, los misioneros católicos son expulsados y los fieles acusados de traición. Pero Victoria sigue profesando su fe, y se le encarga animar la Unión Católica, movimiento de espiritualidad mariana. En 1886 los misioneros regresan al país y Victoria se dedica a innumerables obras de caridad en favor de los pobres y de los enfermos de lepra. Muere en 1894, a los 46 años de edad.
Victoria enseña a vivir el propio bautismo
De ella San Juan Pablo II había dicho: “A los cristianos de hoy, Victoria les enseña a vivir su propio bautismo”. “El sacramento del Bautismo significa verdaderamente para ella dejarse aferrar por la presencia de Cristo resucitado. Su conversión es tan libre y pura que da la impresión, desde el principio, de ser cristiana en todo su ser. La confirmación terminará por hacer de ella un fiel ‘templo del Espíritu Santo’”.
Solidaridad y generosidad, un testimonio de amor
En la homilía de la beatificación el santo polaco también decía de ella: “Victoria practicaba la solidaridad con constante generosidad, poco preocupada por acumular riqueza en esta tierra. No se trataba sólo de donar, sino de salir al encuentro de los pobres, de los enfermos o de los presos y testimoniarles todo el amor de que era capaz: aliviaba su sufrimiento y ofrecía lo que tenía con humildad, olvidando su privilegiada posición social”.
Con sus hermosos dones de mujer asumió la misión de evangelización Victoria muestra en particular el lugar que ocupa la mujer en la Iglesia – decía aún San Juan Pablo II-. Mujer laica, ella recuerda a las mujeres del Evangelio, o más bien a aquellas de las que san Pablo ha conservado la memoria: Lidia, que desempeñó un papel importante en la joven comunidad de la ciudad de Filipos, Dámaris que aceptó el Evangelio en Atenas cuando muy pocos lo escucharon, Lois y Eunice que transmitieron su fe a Timoteo.
“Con sus hermosos dones de mujer, Victoria, a su vez, asumió las misiones de evangelización, santificación y animación. Ha podido llevar a cabo una intensa actividad en buena armonía con todos los miembros de la Iglesia, ya sean hombres o mujeres, sacerdotes o laicos”.
Victoria, estímulo para todas las mujeres de Madagascar
“La beatificación de Victoria es un estímulo para todas sus hermanas de Madagascar. ¡Que se sientan plenamente reconocidos en su dignidad y responsabilidad como cristianos! ¡No duden en dar su contribución específica a la evangelización! Su actitud de escucha de la Palabra de Dios y de transmisión de la fe, la calidad de su sentido moral, su sensibilidad particular a la dignidad del ser humano son bienes insustituibles para la Iglesia”
(Homilía de Juan Pablo II, Antananarivo - 30 abril 1989)