Doctora de la Iglesia
Su fiesta se celebra el 29 de abril.
Ver también:
Catalina de Siena-corazones.org
Vida de Santa Catalina de Siena
En diálogo amoroso con Dios
Escritos de Santa Catalina de Siena
Diálogos de Santa Catalina en video
Iconografía de Santa Catalina
Frases y pensamientos de Santa Catalina
Vida de Santa Catalina
Santa Catalina de Siena: una mujer que hizo historia en un tiempo de hombres
EL VI CENTENARIO DE LA MUERTE DE SANTA CATALINA DE SIENA
Datos biográficos
Catalina Ayer y Hoy
-Tras las huellas de Santa Catalina
-Monográfico Santa Catalina: La Pasión en la Iglesia
-Semblanza de Santa Catalina de Siena
Santa Catalina de Siena, una santa extraordinaria
–Pues vaya… Todos los santos son extraordinarios.
–Cierto. Pero San Pablo dice que en el cielo de Dios lucen astros de diversas magnitudes: «una estrella se diferencia de la otra en el resplandor» (1Cor15,41). Hoy, 29 de abril, celebramos la fiesta litúrgica de tan gran Santa.
Conocemos muy bien la vida de Santa Catalina de Siena (1347-1380). El que fue su director espiritual, el Beato Raimundo de Capua, dominico (1330-1399), Maestro general de la Orden de Predicadores (1380-1399), escribió su vida hacia 1390 en la Legenda maior. De todo lo que en ella refiere de los hechos y dichos de la Santa tuvo conocimiento directo, o bien son confidencias que recibió de ella misma, o referencias comunicadas por testigos directos fidedignos. Él siempre precisa con exactitud científica la fuente de la que procede lo que de ella narra.
Por otra parte, muy importante, el Beato Raimundo es el perfecto hagiógrafo: un santo que cuenta la vida de otro santo, como San Atanasio que escribe la vida de San Antonio abad, o San Gregorio Magno, hagiógrafo de San Benito. Muchas vidas de santos valen muy poco porque el escritor no está, ni de lejos, a la altura del biografiado. El P. Raimundo conocía perfectamente a Catalina, terciaria dominica, no sólo por haber sido su director, sino aún más por connaturalidad espiritual.
Bibliografía
La Legenda maior (LM) del Beato Raimundo de Capua, con el título Santa Catalina de Siena, fue publicada por la Editorial La Hormiga de oro (Barcelona 1993, 427 pgs.). Se agotó la edición, y no ha sido reeditada. Las obras completas de Santa Catalina, especialmente el Diálogo, fueron publicadas por la editorial Biblioteca de Autores Cristianos en dos ocasiones: Madrid 1955 (nº 143), con valiosos estudios previos y notas de Ángel Morta; y en 1980 (nº 451). Muy importantes también para el conocimiento de la Santa son los dos tomos del Epistolario de Santa Catalina de Siena- Espíritu y doctrina, publicados por José Salvador y Conde, O.P., en la Editorial San Esteban (Salamanca 1982, vols. I y II, 1-654 pgs. y 659-1332 pgs.)
–Una santa extra-ordinaria
Recordemos brevemente algunos hechos y dichos vividos por Catalina en sus 33 años de vida.
(*).Este asterisco, que aparecerá repetidas veces, significa: «¿No es esto algo extraordinario?».
1347.–Nace Catalina de Jacopo Benincasa, tintorero de pieles, y de Monna Lapa. Es la penúltima de veinticinco hijos de Jacopo y Lapa (*). Una de las contemplativas más altas de la Iglesia permaneció toda su vida –con excepción de sus viajes apostólicos– en una casa llena de familiares, clientes de la pequeña factoría, ruidos, movimientos, trabajos domésticos, refugiada cuando podía en un minúsculo espacio en lo alto del desván (*).
–Visión de Cristo y voto de virginidad
1353.–A los 6 años tuvo una visión de Jesucristo que le llevó a enamorarse de Él y a consagrarle su virginidad. El Beato Raimundo lo refiere:
«Un día, la niña, que debía tener unos seis años, hubo de acercarse en compañía de su hermano Stefano, un poco mayor que ella, a visitar a su hermana Bonaventura, casada… Iba quizá a hacer algún recado de parte de su madre… Realizado el encargo, mientras volvían a su propia casa por una cierta cuesta que la gente llama Valle Piatta, la santa niña alzó los ojos y vio frente a sí y suspendido en los aires, por encima del tejado de la iglesia de los frailes Predicadores, un bellísimo trono adornado con magnificencia regia. En él, sentado como un emperador y revestido de hábitos pontificales y con la tiara en la cabeza, estaba el Señor Jesucristo, Salvador del mundo. Estaban con él Pedro, el príncipe de los apóstoles, Pablo y el santo evangelista Juan. Al ver aquello, la niña se quedó como clavada en el suelo y, con la mirada fija y sin pestañear, miraba amorosamente a su Salvador y Señor que se mostraba de aquel modo para cautivar su amor. Fijándose en ella con sus ojos llenos de majestad y sonriéndole con dulzura, levantó la mano derecha y, haciendo el signo de la cruz, le hizo el don de su eterna bendición… (*).
«A partir de ese momento pareció que por sus virtudes, por la seriedad de sus costumbres y por la cordura extraordinaria que tenía, se escondiera bajo la vestimenta de la niña una mujer madura… En aquel momento se había encendido en ella el fuego del divino amor» (LM 30-31). «En la escuela del Espíritu Santo comenzó a comprender que debía reservar para el Creador toda la pureza de su cuerpo y de su alma; por ello no anhelaba sino conservar la inocencia bautismal. Consideraba además, por inspiración del cielo, que la santísima Madre de Dios había sido la primera en instituir la vida virginal y en dedicar al Señor, con un voto, su virginidad. Por esta razón acudió a Ella a fin de mantenerse pura. A los siete años estuvo en disposición de meditar sobre este voto tan profundamente como hubiera podido hacerlo una mujer de setenta años… Un día se fue a un lugar escondido donde nadie la pudiese oír, se puso de rodillas humilde y devotamente, y habló así en voz alta a la beata Virgen: “Oh beatísima y sacratísima Virgen que, primera entre las mujeres, consagraste perpetuamente tu virginidad al Señor… ruego a tu inefable piedad que, sin mirar mis méritos y mi insignificancia, quieras dignarte concederme la inmensa gracia de darme como Esposo a Aquel que deseo con todas las fuerzas de mi alma, el santísimo Hijo tuyo, único Señor Nuestro Jesucristo (LM 35)… «A los seis años ve a su Esposo con los ojos del cuerpo y recibe gloriosamente de él la bendición. A los siete, hace el voto de virginidad» (LM 36) (*).
Hasta los 15 años, sin embargo, su familia, su madre, su hermana Bonaventura especialmente, ignorando estas gracias, la presionaron para que mundanizara un tanto su vida, consiguiéndolo en alguna medida. Muerta en un parto esta hermana, se reafirmó Catalina en su vida ascética y espiritual de gran perfección. Lo que ocasionó un recrudecimiento de la presión familiar, esta vez sin efecto alguno.
–Ingreso en las Terciarias dominicas y desposorio místico con Cristo
1363.–Ingresa en las Terciarias Dominicas, las llamadas mantellate, por el manto negro que llevaban sobre un hábito blanco. Se sujetaban éstas a una regla, una superiora y un director, pero seguían viviendo en su familia. Es tiempo en el que se inician en ella los fenómenos místicos, la acción apostólica, la maternidad espiritual, las calumnias y envidias.
1366-1367.–Hacia sus 20 años, desposorio místico con Cristo, siendo su mediadora la Virgen María.
«Yo, tu Creador y Salvador, te desposo conmigo en la fe. Conserva intacta esta fe, sé fiel a mí hasta que vengas al cielo para celebrar conmigo las bodas eternas. En adelante, hija, actúa virilmente, sin titubeos, todo lo que la Providencia te presente». Recibe un anillo de alianza, imperceptible para los demás (LM 14-15). (*)
1370.–Año de grandes dones de gracia, que la capacitan para una maternidad espiritual cada vez más numerosa. En el círculo de los incaterinati (encatalinados) se van reuniendo sacerdotes y religiosos, alguna mantellata, comerciantes, artistas, madres de familia, soldados, predicadores, doctos en teología, etc. Todos reconocen en ella una gran maestra en doctrina y espiritualidad. Esta maternidad admirable se da teniendo ella 23 años y siendo analfabeta (*).
–Comienzos de su vida pública
1371-1372.–Se inicia la actividad pública de la Santa. Primeras cartas a personas principales de la Iglesia y del mundo civil y político. Promueve la Cruzada.
1373.–Muere Santa Brígida de Suecia, sin llegar a ver el deseado regreso del Papa, autoexilado en Avignon, y en un ambiente frío ante la convocación de la Cruzada. Las dos causas serán promovidas por la joven mística de Siena (*).
1374.–El papa Gregorio XI envía a Catalina una bula de indulgencia. Es llamada al capítulo de los dominicos celebrado en Florencia para ser examinada, pues aunque muchos reconocen su santidad, no faltan los detractores y suspicaces. Se le asigna como director a fray Raimundo de Capua. Al regresar a Siena la encuentra abrumada por la peste, y da la Santa ejemplos admirables de solicitud caritativa.
–Cristo le concede los estigmas de su Pasión y le enseña a escribir
1375.–La promoción de la Cruzada la lleva a Pisa, donde recibe el don altísimo de los estigmas, las llagas del Crucificado, que ella suplica al Señor y consigue que, siendo indelebles, se mantengan invisibles (*).
Tres años antes de morir, recibe Santa Catalina una gracia muy especial: Cristo le enseña a escribir, como ella misma refiere al Beato Raimundo de Capua (Carta 272, octubre 1377).
«Esta carta y otra que os mando [la 273] la he escrito de mi mano en la localidad de la Rocca [de los Salimbeni] entre muchos suspiros y abundantes lágrimas, mientras el ojo, viendo no veía. Yo estaba admirada de mí misma y de la bondad de Dios al considerar su misericordia y providencia con las criaturas racionales. Esta se volcaba en mí, ya que para consuelo me había dado y concedido la facultad de escribir, pues yo no sabía [hacerlo] por mi ignorancia. Y esto sucedió para que descendiendo de la altura [de los éxtasis] tuviese un modo de desahogar mi corazón para que no estallase. No queriendo tampoco sacarme de esta vida de oscuridad, me confirmó en mi espíritu de modo admirable, como hace el maestro con el niño al que enseña. Y así, en cuanto os apartasteis de mí, comencé a escribir con el glorioso evangelista Juan y Tomás de Aquino. Así durmiendo, comencé a aprender. Perdonadme el escribir demasiado, porque las manos y la lengua se hallan de acuerdo con el corazón [Rm 10,8]. Jesús dulce, Jesús amor» (*).
–Muerte de su discípulo, Nicolás de Toldo
También en este año, según la misma Catalina refiere y escribe a su director espiritual, hace Dios en ella un suceso milagroso (Carta 273 a Raimundo de Capua, junio 1347). Entre los incaterinati había personas de toda índole espiritual. Y uno de sus jóvenes discípulos, Nicolás de Toldo, de Perugia, por cuestiones políticas fue condenado a muerte, y pidió a la Santa su asistencia espiritual.
«Me hizo prometerle que cuando llegase la hora de la justicia estaría a su lado… Lo llevé a oir Misa, y recibió la sagrada comunión, de la que siempre estuvo alejado… Me decía: “quédate conmigo, no me abandones; todo irá bien y moriré contento”… Y le dije: “valor, dulce hermano mío, que pronto estaremos en las eternas bodas”… Le esperé, pues, en el lugar de la justicia, rezando e invocando sin cesar la asistencia de María y de Catalina, virgen y mártir». Estas intensas oraciones fueron escuchadas, «y mi alma se sintió de tal modo embriagada por la dulce promesa que se me hizo, que no veía a nadie, aun cuando había en la plaza una gran multitud.
«Llegó por fin como un cordero apacible, y al verme se sonrió. Quiso que hiciese sobre él la señal de la cruz. Cuando la hubo recibido, le dije en voz baja: “Ve, dulce hermano, dentro de poco estarás en las eternas boda”. Se extendió dulcemente, le descubrí el cuello, e inclinada sobre él, le recordé la sangre del Cordero. Sus labios sólo repetían: “Jesús… Catalina”. Cerré los ojos, y diciendo “quiero” [voglio: hágase la voluntad de Dios providente], recibí en mis manos su cabeza. En seguida vi al Hombre-Dios, cuya claridad brillaba como el sol… Esa alma entró en la herida abierta de su costado, y la Verdad me hizo conocer que aquella alma se había salvado por pura misericordia, por gracia, sin mérito alguno por su parte… Cuando se llevaron el cadáver, mi alma descansó en una paz deliciosa» (*).
–Misiones al servicio de la Santa Iglesia
1378.–El papa Gregorio XI envía a Catalina a Florencia, para que los florentinos vuelvan a la paz y a la obediencia a la Iglesia. Ya desde el año anterior estaban en rebeldía, y en contra del entredicho papal que pesaba sobre ellos, habían celebrado solemnidades litúrgicas en la plaza de la Señoría… Las palabras y negociaciones, y sobre todo las oraciones y cartas de Catalina al papa Urbano VI –elegido a la muerte de Gregorio XI–, trajeron la paz del cielo y de Roma. El 18 de julio llegó a Florencia el ramo de olivo suplicado, que inmediatamente fue expuesto en una ventana del Palazzo Vecchio (*).
Catalina tuvo un amor inmenso por la Santa Iglesia y por el Santo Padre, sucesor de Pedro. Así lo demuestra no sólo en sus escritos y elevaciones, sino en su dedicación al servicio de la Iglesia, aceptando de su jerarquía misiones sumamente difíciles, que exigían viajes, negociaciones, visitas, cartas, y sobre todo oraciones y penitencias, como las que vinieron exigidas de ella con ocasión del exilio prolongado del Papa en Avignon, Francia.
«Durante el retorno del papa Gregorio XI de Avignon a Roma, la santa virgen [Catalina] lo precedía con su comitiva, en la cual estaba yo también» (LM 261).
–Parresía
Su amor por la Iglesia y el Papa nunca le impidió conocer los pecados o deficiencias del pueblo, de la Jerarquía pastoral, del mismo Papa, sobre los que hablaba con suma claridad en el nombre del Señor. Lo vemos con frecuencia en El Diálogo y con mayor crudeza en muchas de su Cartas.
El Señor le dice y ella escribe: «Hija dulcísima, tus lágrimas me fuerzan, porque van unidas con mi caridad y son derramadas por amor a mí. Pero mira y fíjate cómo mi Esposa tiene sucia la cara. Cómo está leprosa por la inmundicia y el amor propio y entumecida por la soberbia y la avaricia de aquellos que a su pecho se nutren… Hablo de mis ministros… Mira con cuanta ignorancia, y con cuántas tinieblas, y con cuánta ingratitud, y con qué inmundas manos es administrado este glorioso alimento y sangre de esta Esposa. Con cuánta presunción e irreverencia lo reciben» (Dialogo II,I, 2).
Ella recibe los diagnósticos de Cristo sobre el estado de su Iglesia, y los hace suyos. «¡Ay de mí! ¡Basta de callar! Veo que por callar el mundo está podrido, la Esposa de Cristo ha perdido su color [Lament 4,1], porque hay quien chupa su sangre, que es la sangre de Cristo que, dada gratuitamente, es robada por la soberbia, negando el honor debido a Dios y dándoselo a sí mismos» (Carta 16 a un alto Prelado). Santa Catalina dedica un amplio capítulo de El Diálogo a describir los males arraigados en la Iglesia a causa de los pecados e infidelidades de sacerdotes y religiosos, urgiendo por ello la reforma de la Iglesia (parte III, cap. 2). Dice hablando de los religiosos desviados: «De todos estos males y de otros muchos son culpables los prelados, porque no tuvieron los ojos sobre sus súbditos, sino que les daban amplia libertad o ellos mismos los empujaban, haciendo como quien no ve sus miserias» (ib).
Consideraciones semejantes tiene sobre los laicos tibios o infieles. Contestando una pregunta que el Beato Raimundo le hace sobre una visión que ella ha tenido del Purgatorio, ella responde. «“Me sorprendió de un modo especial la manera en que son castigados los que pecan en el estado matrimonial, no respetándolo como es su deber y buscando las satisfacciones de la concupiscencia”. Le pregunté entonces por qué aquel pecado, que no era más grave que los demás, era castigado más severamente. Respondió: “Porque a ese pecado no le dan importancia, y por consiguiente no sienten dolor por él como por los demás y, por tanto, caen en él más frecuentemente y con más facilidad”» (LM 215)
–Contemplativa en la acción
Siempre, sin embargo, se mantuvo Catalina en la presencia del Señor, también cuando su amor a la Iglesia y los encargos de sus Pastores le imponían viajes, gestiones y trabajos frecuentes, de los que nunca se quejaba y que servía con un persistente empeño tal que apenas sus acompañantes –los padres dominicos, por ejemplo– se veían capaces de seguirle.
«Por inspiración del Espíritu Santo, fabricó en su alma una celda secreta, de la que se impuso no salir nunca por ninguna cosa en el mundo. De este modo… tuvo una celda interior que nadie le podía quitar y donde siempre podía recogerse» (LM 49).
–Escribe el Diálogo sobre la divina Providencia
Santa Catalina, haciendo un alto en sus actividades públicas, emprende en 1378 la más alta obra literaria de su vida, conocida con el título de El Diálogo, libro de unas 350-400 páginas. Sin plan previo alguno, dicta su texto, no pocas veces en éxtasis, a tres discípulos que hacen de amanuenses. Y en octubre de ese año está ya terminada la magna obra que le mereció recibir siglos después el título de Doctora de la Iglesia (*).
–Ascética y mística
Siempre fueron unidos en Santa Catalina sus empeños ascéticos y sus altos vueles místicos contemplativos. Dios así obró a través de ella innumerables milagros y conversiones de pecadores.
Dormía muy poco. «Consumía todo su tiempo en la plegaria, en la contemplación y en la edificación del prójimo. Durante las veinticuatro horas del día dormía apenas un cuarto de hora» (LM 44). «No dormía más de media hora cada dos días» (ib. 61). Acompañada en sus viajes por algunos dominicos, Catalina «se impuso permanecer todos los días en vela mientras los frailes Predicadores a los que llamaba hermanitos, dormían» (ib. 83).(*).
En una ocasión, conversando con el Beato Raimundo, éste, ya de edad, se durmió, y ella lo despertó con humor: «Buen hombre, ¿por el sueño quiere perder lo que es útil para su alma? ¿Estoy hablando de Dios con usted o con un muro?» (ib. 62). Esta sencilla y verdadera familiaridad entre padre e hija, reflejada tanto en la Legenda maior como en las Cartas, es una manifestación muy bella de la caridad cristiana.
No comía apenas. Fue acrecentando mucho su frugalidad en las comidas, y practicó tanto el ayuno que llegó a vivirlo en forma total y permanente.
«A los 15 años se privó del vino y de toda clase de manjares, para vivir sólo de pan y de hierbas crudas. Finalmente, a los 20 años, se privó también de pan y sustentó su cuerpo sólo con hierbas crudas. Lo pudo mantener así mientras Dios omnipotente no le concedió un nuevo y milagroso modo de vivir, esto es, vivir de nada [en ayuno total], como si no me equivoco comenzó a hacerlo hacia los 25 años de edad» (LM 399). «A partir de aquel momento el estómago de Catalina no tuyo ya necesidad de comida ni pudo digerir nada más… Así comenzó aquel maravilloso ayuno», en el que su alimento único era Cristo: la Palabra divina y el Pan vivo bajado del cielo (ib. 413). «De esto puede concluir el hombre de fe que su vida era toda ella un milagro» (LM 170). (*).
El P. Raimundo, que hubo de acompañarle muchas veces en sus viajes apostólicos, testifica:
Tenía «una fuerza robusta y gallarda. Sin ninguna dificultad se levantaba antes, caminaba más lejos y se afanaba más que los que le acompañaban y que estaban sanos. Ella no conocía el cansancio» (ib. 171)
* * *
Pío II la declaró santa en 1461. En 1939 Pío XII la declaró patrona principal de Italia, junto a San Francisco de Asís. El 3 de octubre de 1970 Pablo VI le otorgó el título de Doctora de la Iglesia, siendo la segunda mujer en obtener tal distinción, después de santa Teresa de Jesús (27-IX-1970) y antes de Santa Teresa del Niño Jesús (19.X-1997). En 1999, bajo el pontificado de Juan Pablo II, se convirtió en una de las Santas Patronas de Europa.
Post post.– También en InfoCatólica la tenemos como patrona, porque el 29 de abril de 2009, día de su fiesta, superando ciertos problemas, todos los del equipo fundacional decidimos por fin hacer un diario digital independiente de otras entidades. Y en una semana –no podemos olvidar la intercesión de Santa Catalina–, realizando todos los trámites jurídicos y trabajos técnicos, pudimos publicar nuestro primer número. Fue, si no un milagro, un milagrito.
José María Iraburu, sacerdote
Fue canonizada por el Papa Pío II en 1461.
Urbano VIII transfirió su festividad al 29 de abril
Fue proclamada doctora de la Iglesia en 1970 por el Papa Pablo VI.
El 1 de octubre de 1999, Juan Pablo II la declaró Copatrona de Europa.