María, la de Magdala


LA MAGDALENA, APOSTOLA APOSTOLORUM

RODOLFO VARGAS RUBIO

No cabe duda que santa María Magdalena, cuya fiesta se celebra hoy, es uno de los personajes más fascinantes del Evangelio. En torno a ella se han tejido leyendas que, si han contribuido a difundir extraordinariamente su culto, también han desdibujado su perfil histórico. No vamos a entrar, por supuesto, en la burda patraña difundida recientemente por la literatura de ficción con pretensiones pseudo-históricas. Intentaremos, en cambio, dilucidar la figura de la Magdalena de acuerdo con los datos aportados por la Sagrada Escritura y la Tradición, así como por la piedad cristiana.

En los Evangelios aparecen cuatro mujeres que han sido identificadas individualmente y entre sí con el personaje al que la liturgia católica venera como santa María Magdalena, la penitente:

1. María de Magdala, de la cual se dice que Jesús echó siete demonios (Marc. XVI, 9; Luc. VIII), que le seguía junto con otras mujeres y le asistía con sus riquezas (Luc. VIII, 1-3), que estuvo al pie de la cruz (Matth. XXVII, 55-56; Marc. XV, 40; Ioann. XIX, 25), que asistió al entierro del Señor (Matth. XXVII, 61; Marc. XV, 47; Luc. XXIII, 55) y que acudió con otras dos al sepulcro la mañana de Pascua, apareciéndosele el Maestro, cuya resurrección anunció a los discípulos (Marc. XVI, 9-11; Luc. XXIV, 1-10; Ioann. XX, 11-18).

2. María de Betania, hermana de Lázaro y Marta (Luc. X, 38-42; Ioann. XI, 1-45), que ungió a Jesús durante una cena en Betania, en casa de Simón el Leproso: en la cabeza según unos (Matth. XXVI, 6-13; Marc. XIV, 3-9) y en los pies según otro (Ioann. XII, 1-8).

3. La pecadora arrepentida que ungió los pies de Jesús en casa de un fariseo (Luc. VII, 36-50).

4. La mujer adúltera, llevada por los escribas y fariseos, con intención de apedrearla, a Jesús, mientras predicaba en el Templo, y que la perdona (Ioann. VIII, 1-11).

La Iglesia de Oriente siempre ha considerado a las tres primeras como personajes bien distintos. En la Iglesia latina, en cambio, se tendió ya desde san Jerónimo a tenerlas por una misma y única mujer, lo cual quedó establecido por san Gregorio Magno, pasando así a la liturgia romana, como puede verse en el oficio y la misa del 22 de julio del usus antiquior (pues tanto la Liturgia de las Horas como el Misal más recientes evitan cuidadosamente la identificación).

Así, en el invitatorio de maitines se habla de la conversión de María Magdalena (lo que puede referirse a la mujer adúltera o a la pecadora arrepentida); la antífona de Laudes habla de María de Betania; la colecta se refiere a la hermana de Lázaro (María de Betania); el evangelio de la misa narra el episodio de la unción por la pecadora arrepentida; la antífona de Vísperas no diferencia entre ésta y María de Betania; en el himno de Vísperas la santa aparece como la mujer de la unción de los pies (María de Betania o la pecadora arrepentida) y la que estuvo al pie de la cruz y junto al sepulcro (María de Magdala).

A partir de entonces, se forjó en Occidente la creencia en la identidad de, por lo menos, María de Magdala, María de Betania y la pecadora arrepentida, convicción que halló su expresión más célebre en la historia “de sancta Maria Magdalena”, que forma el capítulo XCVI de la Legenda aurea del dominico Santiago de la Vorágine, obra clásica de la hagiografía católica escrita en la segunda mitad del siglo XIII. Más tarde, los protestantes negaron que María de Betania fuera la pecadora arrepentida, que, por su parte, pudo ser María de Magdala e incluso la mujer adúltera. Es decir, que los autores de la Reforma distinguen por lo menos a dos Marías. La beata Ana Catalina Emmerich, famosa vidente de principios del siglo XIX, introdujo una novedad al mencionar en sus visiones (transcritas por el poeta Clemente Brentano) una tercera hermana de la familia de Lázaro en Betania: María la Silenciosa, homónima de su hermana la Magdalena aunque opuesta en costumbres, tratándose de una muchacha discreta (hasta ser considerada lela por la gente) y amante de la soledad y de la vida retirada.

A ella se habría referido Jesús y no a la otra María al decirle a Marta que su hermana había “elegido la mejor parte”. No hay nada en la Sagrada Escritura ni en los Padres y escritores eclesiásticos que apoye la existencia de María la Silenciosa (que vendría a complicar la ya de por sí confusa cuestión de la identidad de la Magdalena).

En el caso de los protestantes, parece que, debido a una mala comprensión del perdón total del pecado y de la acción de la gracia, no podían concebir que una pecadora se hallara en el círculo de los amigos íntimos de Jesús. Pero entonces, ¿cómo justificar la presencia de pecadoras en la mismísima genealogía del Mesías? Aparte de la Santísima Virgen, san Mateo sólo cita cuatro mujeres entre sus antepasadas, tres de ellas en modo alguno irreprochables (la incestuosa Tamar; Rahab, una meretriz, y la adúltera Betsabé) y la cuarta considerada una gentil (Rut la Moabita). En cuanto a la enigmática María de la que habla la beata Emmerich, podría ser que hubiera desdoblado a María de Betania (identificada con la de Magdala) en dos hermanas distintas con el mismo nombre para explicar la total disparidad entre una vida disipada y una vida contemplativa. Sin embargo, nada impide que, una vez perdonada y convertida, la misma que fue antes pecadora se transformara en un alma ascética bajo la poderosa acción de la gracia. La historia de la Iglesia y la hagiografía, por lo demás, están llenas de conversiones incluso ruidosas.

Veamos ahora si se pueden conciliar las distintas mujeres a las que se ha identificado con la santa que celebramos hoy. Empecemos por las dos primeras: ¿son María de Magdala y María de Betania una misma y única persona? Si se considera que ambas llevan el mismo nombre de María y se encuentran entre los seguidores de Jesús, puede afirmarse. No obstante, a aparte de considerar que el nombre de María o Miriam era muy común en Palestina, existe el obstáculo de que Magdala queda en Galilea, mientras Betania está en Judea, ambas regiones separadas por la Samaria. A esto podría argüirse que, aunque originaria de Betania (como lo afirma san Juan en su Evangelio, al llamar a este lugar “castellum Mariae et Marthae”), María pudo marcharse a Magdala, lugar célebre por su amenidad a orillas del lago de Genesaret, donde habría podido dar rienda suelta a sus pasiones, lejos de la vigilancia y censura de sus hermanos. Hay quienes afirman que Magdala era el lugar de nacimiento de María y no Betania, habiendo visto la luz mientras sus padres se encontraban de viaje por Galilea.

¿María de Betania puede identificarse con la pecadora arrepentida? Los que defienden que sí invocan que ambas mujeres ungieron a Jesús. Los que dicen que no arguyen que estamos ante dos episodios diferentes: en efecto, la unción que protagoniza la pecadora arrepentida tiene lugar durante el circuito misionero de Jesús por Galilea, en tanto la segunda unción ocurre en Betania. Nada impide, empero, que la misma mujer haya realizado ambas unciones, tan parecidas entre ellas: María, habitando entonces en Magdala, tocada por la predicación y los milagros de Jesús en Galilea, habría manifestado arrepentimiento mediante el humilde gesto de ungir los pies del Maestro, obteniendo de Él el perdón. De regreso a Betania, convertida, habría repetido más tarde su gesto poco antes de la Pasión, en casa de Simón el Leproso. San Juan, por cierto, describe a María Magdalena como “aquella que ungió los pies del Señor” (Ioann. XI, 2) y lo hace antes a propósito de la resurrección de Lázaro, es decir antes de la unción de Betania, lo que podría interpretarse como que María era conocida ya por la unción de Galilea.

¿María de Magdala es la pecadora arrepentida? Se puede responder afirmativamente si se considera que ambas mujeres vivían sujetas al poder del Maligno. Pero los que niegan la identificación de ambas mujeres sostienen que la posesión por los siete demonios expulsados de María de Magdala por Jesús no significa necesariamente que ésta fuera una pecadora habitual como lo es la mujer arrepentida de la unción de Galilea. Sin embargo, tampoco se puede descartar que la poseída fuera, además, un alma en estado habitual de pecado.

En fin, queda por ver si se puede establecer una relación de identidad entre la pecadora arrepentida y la adúltera a la que Jesús libra de la lapidación. Ambas son pecadoras de la carne y ambas son perdonadas por Jesús. Que sean la misma lo niegan los que afirman que la pecadora arrepentida fue perdonada en Galilea, mientras la mujer adúltera lo fue en Jerusalén, ante el templo. Esta aparente contradicción la resuelven algunos arguyendo que la pecadora arrepentida habría recaído por debilidad y, fue objeto por segunda vez de la misericordia divina. De hecho, a la mujer adúltera dice el Señor: “Vete y no peques más”, como diciendo: “no recaigas y enmiéndate”. Y ya que hablamos de pecadoras y adúlteras, no hay nada en el Evangelio que permita decir que María Magdalena fuera una prostituta, al menos no en el sentido moderno. Podía tratarse de una cortesana, mantenida por un hombre rico casado o cortejada por hombres poderosos, una especie de hetaira.

Lo cierto de todo esto es que la santa que celebramos hoy tiene una relevancia especialísima en el Cristianismo, ya que fue la primera testigo de la Resurrección del Señor y la que la anunció a los discípulos, razón por la cual la Tradición la conoce con el bellísimo título de “Apostola Apostolorum”, es decir la “Apóstol de los Apóstoles”. Quizás fue el merecido premio con el que quiso distinguir Jesucristo a la que había demostrado una fe y un valor intrépidos, acompañándole al pie de la cruz y asistiendo a su entierro mientras los demás (a excepción de san Juan Evangelista) se habían dispersado y ocultado por temor a seguir la misma suerte que su Maestro. Este hecho confiere a santa María Magdalena un puesto de primerísimo orden en la Historia Sagrada y en la espiritualidad católica. Dado que acudió al sepulcro, junto con María de Cleofás y María Salomé, portando aromas con la intención de ungir el cuerpo de Jesús, se la conoce como la “Myrophora” (“la portadora de mirra”), nombre que se acomoda bien asimismo a la que ungió dos veces al Señor antes de la Pasión.

Después del episodio de la Resurrección (hermosamente cantado en la secuencia de Pascua Victimae Paschali laudes compuesta por Wipo de Burgundia), desaparece de la escena del Nuevo Testamento esta gran amiga y seguidora del Maestro. Es de suponer que se hallaría entre las santas mujeres junto con las que los Apóstoles “perseveraban en la oración” antes de Pentecostés. Lo demás de su historia pertenece a las leyendas piadosas (lo que no significa que se trate de puras invenciones). En Oriente se cree que María se retiró a Éfeso con la Santísima Virgen y san Juan evangelista y allí murió, siendo sus reliquias trasladadas a Constantinopla en 886. Dato curioso es la relación que alguno quiso establecer entre la Magdalena y el Discípulo amado, de quienes se dijo que estaban prometidos cuando Jesús llamó a Juan para seguirle, lo que motivó los celos de María y su descarriamiento, creencia verdaderamente estrambótica.

Según una tradición firmemente arraigada en el mediodía de Francia, María, Marta, Lázaro y algunos otros discípulos de Jesús fueron apresados durante la persecución de Herodes y metidos en una embarcación dejada a la deriva para que se ahogaran. Un ángel habría conducido la nave milagrosamente, haciéndola surcar el Mare Nostrum y llegar hasta la costa de la Provenza. Allí los hermanos de Betania y sus acompañantes predicaron el Evangelio y convirtieron a los naturales, siendo Lázaro elegido obispo de Marsella. María Magdalena se habría retirado al interior, a vivir una vida de penitencia en un cerro no lejos de Aix, donde vivió unos treinta años.

 La leyenda cuenta que cada día era llevada al cielo en éxtasis siete veces para asistir a la liturgia celestial, lo cual ha dado lugar al tema de la “Asunción de santa María Magdalena”, muy popular en el Arte, pero que no hay que confundir con la asunción de la Santísima Virgen en cuerpo y alma al cielo al término de su existencia terrenal: en el primer caso puede tratarse de un rapto místico. Al aproximarse el instante de su muerte, fue llevada la Magdalena por ministerio de ángeles a Aix, para recibir el viático en la capilla hecha construir por san Maximino (intendente de la familia de Betania convertido en obispo) en Villa Lata, que más tarde tomó el nombre significativo de Saint-Maximin-la-Sainte-Baume en honor al obispo de Aix y a la “Myrophora”, cuyo cuerpo fue allí sepultado.

El sepulcro de santa María Magdalena fue objeto de un culto extraordinario y se convirtió en centro de peregrinación, el corazón de la Provenza cristiana. En 745 fue trasladado rápidamente a Vezelay por temor a las invasiones sarracenas, pero volvió una vez pasado el peligro a su emplazamiento original, aunque oculto por temor a nuevos peligros en una época de gran inestabilidad. Allí se lo halló intacto en 1279 en el curso de unas excavaciones llevadas a cabo por mandato del rey de Nápoles Carlos II de Anjou, conde de Provenza, que había donado el terreno a los dominicos para que edificaran su iglesia.

 El año jubilar 1600, Clemente VIII donó un sarcófago precioso y un relicario para la cabeza, venerada por separado del resto del cuerpo. La iglesia de la Sainte-Baume fue arrasada por la Revolución. En 1814, fue reconstruida, siendo nuevamente expuesta en ella la reliquia del cráneo de santa María Magdalena. El resto del cuerpo se había perdido en medio de la tormenta revolucionaria. En 1969, el papa Pablo VI, muy atento a la crítica histórica, retiró el apelativo de “Penitente” atribuido por la liturgia tradicional a la santa que fue agraciada como pocas por Nuestro Señor Jesucristo.